sábado, 10 de enero de 2015

El credo de Charlie Hebdo

En estos momentos y después de la espantosa tragedia de Charlie Hebdo ocurrida en París esta semana, tal vez deberíamos empezar a replantearnos lo sucedido. No hay mejor momento que el actual para bendecir y maldecir por lo que ha sucedido, por la urgencia del momento.
Hagamos una enumeración, un credo, a tres días de la masacre y un día desde la muerte de los asesinos.

Malditos sean Chérif y Said Kouachi, tristes y grotescas marionetas, ignorantes y deshumanizados, por asesinar a sangre fría a doce personas y herir a once más. Malditos sean porque sabían lo que hacían, lo sabían mientras buscaban dentro de la oficina las caras de los principales humoristas del semanario para asesinarlos.
Malditos también los asesinos del supermercado, por querer ser segundones homicidas aprovechando el dolor y la miseria producida.
Malditos sean especialmente aquellos que les instruyen  (Al Qaeda, Estado Islámico o de demás grupos fundamentalistas) que degeneraron una religión que busca la justicia para transformarla en un manifiesto de la barbarie. Malditos porque pretenden imponer su imperialismo del terror y la sumisión. Malditos porque se apoyan en la irracionalidad y el fanatismo de gente desesperada (como los Kouachi o los asesinos del supermercado) para satisfacer sus ansias de poder y ambición (material, nunca espiritual).
Malditos sean Jean-Marie y Marine Le Pen, fascistas sin corazón, oportunistas calculadores y mezquinos, por atreverse a hacer política en un momento como este y pretender canalizar el odio para que la islamofobia se convierta en bandera nacional.
Malditos los órganos de poder occidentales, norteamericanos y europeos, porque con la tragedia ven satisfechas sus ansias de encontrar un enemigo con el que cebarse para dejar sin saliva a los que critican su injusta supremacía.
Malditos todos ellos, infames y desgraciados.

Sean benditos aquellos que se solidarizan realmente con las víctimas de la barbarie, y los que se muestran escépticos con aquellos que lo hacen por moda y no por amor a la libertad. Bendita sea la libertad, porque es la última palabra que pronunciaron antes de caer sucumbidos por las balas. Benditos aquellos que entienden que el islam no es culpable, sino víctima del atentado, y luchan por crear una visión más verdadera de este.
Benditos los once heridos, los familiares y amigos de las víctimas, los que más sufren este triunfo de la estupidez humana. Ojalá que algún día puedan recuperarse.
Bendito el humor irreverente, satírico, que no cede a presiones. El humor políticamente incorrecto, coherente, inconformista, grosero, reivindicativo, suspicaz y lúcido, porque es una muestra de que se puede hablar de verdad sobre lo que preocupa a la gente corriente. Porque es una muestra de que verdaderamente existe libertad de expresión y un indicador de la sana salud mental de un país.
Benditos sean el lápiz y el bolígrafo porque son instrumentos hechos para crear, para imaginar e insurgir, mientras que las armas son instrumentos que solo pueden destruir, herir, rasgar, mutilar.
Benditos los muertos. Benditos los cuatro anónimos asesinados en el supermercado, inocentes cuyas vidas han sido sesgadas por una causa que desconocen. Y benditos sean Fréderic Boisseau, Elsa Cayat, Franck Brinsolaro, Bernard Maris, Cabu, Ahmed Merabet, Michel Renaud, Wolinsky, Mustapha Ourrad y Tignous. Bendito sea Charb, director de la revista, aquel dibujante que dijo que prefería morir de pie antes que vivir de rodillas, palabras que cumplió hasta las últimas consecuencias.
Benditos todos ellos, porque son inocentes. Porque no serán olvidados.

No quisiera acabar sin la frase tan magistral que incluye el poeta Juan Carlos Mestre en su poema "La tumba del apóstol". Una frase atribuida al apóstol Santiago, creyente del mismo dios en el que creen los musulmanes, que reza así:

"Podéis atar mis manos,
pero no mi bendición y mi lengua"