jueves, 31 de diciembre de 2015

2015, año de victorias y convulsiones

Hace exactamente un año, cinco amigos decidimos quedar en casa de una de ellos para celebrar el inicio de una etapa de nuestra vida nueva. Al final, cuatro de ellos acabamos completamente destrozados por la "oportuna" idea de comer un brownie de marihuana. En fin, nada que no anticipara que 2015 sería un año de mierda. A nivel global, no nos equivocábamos.

Empezamos el año con una tragedia que espantó a Europa: el asesinato de unos irreverentes, geniales dibujantes franceses y otros inocentes a manos del terrorismo yihadista. Cuando no queríamos darnos cuenta, la crisis de los refugiados, que llevaba años enmascarada por potencias criminales y medios interesados, explotó en la cara del egoísta Occidente que conformamos los ciudadanos de la Unión Europea y Norteamérica y nos recordó que la democracia neoliberal se construye a golpe de privar de dignidad a millones de vidas. Vivimos con sobrecogimiento el fracaso de Syriza en Grecia tras la brutal represión de la oligarquía corrupta de la Unión Europea y el avance del TTIP como el preludio a un tiempo de cada vez menos seguridad y más recortes en nombre del libre mercado. Sufrimos el dolor de esas personas corriendo por su vida en Oriente Medio, y por primera vez en nuestra historia, el nombre de Siria estaba presente en todo el mundo. El año en el que cientos de personas murieron en un avión comandado por un suicida fue 2015, el mismo año en que se consolidó el enemigo número uno mundial, el Daesh con su grotesco califa Bagdadi, y en el que renacieron los monstruos de los años 30 con nuevas caras en Francia (Le Pen), Inglaterra (Farage), Grecia (Michaloliakos) o Estados Unidos (Trump). El año en el que se fugó el Chapo Guzmán y desaparecieron 43 jóvenes en Ayotzinapa fue el mismo en el que en Ucrania se mataban por la nación y en África el ébola era erradicado a base de golpes. 2015 fue también el año en que murieron Lemmy Kilmister, Demis Roussos, Vicente Aranda, Pedro Zerolo, Ana Diosdado o Leonard Nimoy, entre otros. Y el año en el que el Partido Popular y el PSOE fueron las fuerzas más votadas en un país que, una vez más, demostró desmemoria y falta de conciencia.

En un año tan devastador, me resulta irónico que me lo haya pasado tan bien. Viajé a Ávila, Navarra y Euskadi. Me dejé los pulmones en el ViñaRock con Los Chikos del Maíz y el Reno Renardo. Aprendí sobre la injusticia de Israel y la solidaridad hacia los palestinos, por lo que el caso Matisyahu en el Rototom me dolió aun más. Aprendí a ser más compasivo conmigo mismo, a actuar teatro de Chéjov y a escribir reportajes. Impulsé este blog, descubrí cómo ser irónico, no me resigné a ser solo un acto de reflexión. Leí, escribí mi primera obra de teatro, me liberé de muchos de los fantasmas del pasado, los que se quedan en la memoria para recordar que las heridas existen. Hablé con Gervasio Sánchez y Daniel Guzmán, consolidé mi relación con mis amigos y olvidé a mis enemigos. Reí junto a mis compañeros de vida y mi familia, lloré por el dolor ajeno y propio Gracias a una profesora de interpretación redescubrí mi deseo esperanzado de poder vivir como actor, y gracias a numerosos proyectos, aprendí a expresarme mediante la palabra y a disfrutar del audiovisual, las artes escénicas y la literatura. Viví con una ilusión inesperada como el humanismo, el buen hacer y la voluntad de cambio se instalaron definitivamente en mi ciudad, y cómo los maleantes y corruptos que se creyeron inmortales fueron condenados a la humillación y el olvido. Experimenté el no poder parar y la necesidad de estar en movimiento, como el eterno viajante del que hablaba Manolo Chinato. En definitiva, y pese a todo, he sido feliz con las cargas y el azar que suponen estar vivo.

Desconozco si el próximo año será peor que el presente, si habrá razón o seremos devorados por la cruel infamia de la guerra. Tengo la pueril esperanza de que aprenderemos de nuestros errores y podremos mantener el derecho a vivir en paz, el derecho al que invocó Víctor Jara y que en los últimos años cada vez se hace más irreal. Por lo menos, siempre queda la esperanza de que aunque se empiece un año catastróficamente, las circunstancias siempre pueden mejorar. Saramago ya lo recordaba: la victoria no es eterna. Por suerte, la derrota tampoco.


Feliz 2016.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

De los cobardes sí se escribe

Y sigue el circo mediático, un espectáculo lamentable que se nutre de la más profunda mediocridad y de las más bajas pasiones. La campaña electoral continúa y aún no nos hemos subido la bragueta. Y esta vez son sonados protagonistas los representantes del bipartidismo: un seudoizquierdista que maneja las palabras y los gestos con la digna imitación de C3PO (¿suplirán sus mecánicos tonos de voz y su gestualidad uniforme a las talentosas cualidades de Jordi Hurtado?) y un pobrecito señor de la tercera edad venido a menos, incomprendido y olvidado por el sistema herido en su dignidad y relamiéndose con la desolación más cutre y patética que una persona que conozca el contexto pueda imaginar. Telenovela asegurada, viaje al centro del melodrama.


Demostrado está de sobra que algunas cosas no cambian, sino que van a peor. El debate de antes de ayer estaba más a la altura de una pelea de gallitos en un garito de pocas luces que de un intercambio de argumentos y contraargumentos. Una genuina expresión de lo grotesco. Valle-Inclán se sonrojaría ante un esperpento así. Soy muy escéptico con la exaltación de la nueva política y el exacerbado rechazo a la vieja política, sobretodo porque es falacia que una cosa por ser más reciente sea necesariamente mejor (la reforma de la Fontana de Trevi, por ejemplo). ¿Pero en esto? En esto no puedo estar más de acuerdo con esa distinción.

Y para colmo del desmadre, entra en juego la honorabilidad de alguien del que ya sabíamos que poca vergüenza tiene. Que Rajoy se ofenda de esa manera porque su contrincante le dijera que no es decente implica lo extremadamente lejos que está de la ciudadanía. La barbaridad de golpetazo que le han dado en el paseo de Pontevedra, su amada urbe, suman en este descarado juego que más de uno entenderá como lo mejor que ha pasado en semanas. Lamentable.

No creo que aporrear a los representantes del gobierno sea lo adecuado (no me gusta la violencia ni lo que representa), pero es un riesgo que se corre cuando se hace política de espaldas a la vida de la gente corriente, cuando se tiene la suficiente desvergüenza para no dar la cara salvo cuando interese y no estar a la altura de un pueblo que cada vez es infinitamente mejor que sus gobiernos. Son cosas del cargo, y si se miente descaradamente (aunque sea desde pantallas de plasma) sin escarmientos, es algo que no se puede justificar, pero sí prever.  

Eso sí, espero que lo de hoy no sea blandido como argumento para crear una nueva ley de seguridad ciudadana, que son capaces. Al fin y al cabo acaban acogiéndose a unos derechos que paradójicamente recortan con la saña de un Jeffrey Dahmer desatado.

En contra de la violencia, tiene usted todo mi apoyo, señor Rajoy. En nada más. Las ofensas son para todos, y uno no siempre es justo ni mide con la misma vara. Pero bueno, ese argumento ya lo usan ustedes con el tema del humor. Espero que lo entienda, y no se ofenda por el título. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

A unos minutos de haber acabado el ansiado debate entre los cuatro principales candidatos solo queda hacer una reconstrucción de los hechos para tratar de sacar algo en claro. He de confesar que no estaba entre mis planes ver el debate hace una semana, pero el tiempo ayuda en ese sentido. Cosas de las vacaciones.

Una vez me propuse a escribir, pensé en la alegoría de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Salvando las distancias, creo que es la metáfora más adecuada que uno se pueda imaginar para describir un ambiente pantanoso después de que se hayan formulado todos los discursos y estrategias.
Si alguien sabe algo del Nuevo Testamento sabrá que estos caballeros son citados en el capítulo del Apocalipsis, de forma muy breve. Victoria, Hambre, Guerra y Muerte. ¿Quién representa a quién en el juego de las ranciedades y conspiraciones de la política española?

Para introducir, antes ciertas levedades: ¿Cuánto tendremos que esperar para ver debates en la televisión pública, que sufre desprestigio y clientelismo cada vez más acentuados desde que gobierna ya sabemos qué partido? ¿Por qué coño tiene que presentar Susana Griso los análisis previos y posteriores (de verdad no hay nadie mejor en la casa de Atresmedia)? ¿Y qué le ha pasado a Ana Pastor, que ha preguntado mucho menos que un sorprendente (tal vez por inesperado) Vicente Vallés?

Dicho esto, voy a hablar sin tapujos: entre el inicio y el primer descanso creía que el vencedor sería Albert Rivera. Me ha parecido muy hábil con su manejo de los datos y sus ágiles respuestas. En la línea que suele manejar, ha mantenido también la predisposición de querer ponerse de acuerdo con todos, viajando a ese modélico centro que defiende. ¡Hasta me ha llegado en algunos momentos a convencer de que verdaderamente representa el cambio! Pero algo ha fallado. A partir del segundo descanso se ha empezado a poner nervioso, alarmado, incluso intransigente. La habilidad con las respuestas seguía, pero su nervio le ha hecho fracasar tácticamente en algunos aspectos (su defensa a ultranza del pacto antiterrorista, término del que solo oír hablar me dan escalofríos; o su desconcertante indignación frente a la mención de Iglesias de Ocho apellidos catalanes). Su discurso, otra vez más, se ve marcado por el oportunismo y un maquillaje de neoliberalismo que llega a tintes fanáticos (¿no ha sorprendido que use un término como el de "capitalismo de amiguetes"?). Creo que sería el Jinete del Hambre. Y no porque no crea en la sagrada viabilidad económica, sino más bien por todos los ciudadanos españoles que quedarán hambrientos después de reconocer, de una vez por todas, que no aporta apenas nada nuevo. Rivera es un gran estratega, pero para nada un ideólogo certero. Me atrevo a decir que Ciudadanos es más populista que Podemos, pero precisamente porque es un populismo "respetable" es por lo que gana tantos apoyos.

¿Dónde entra Pedro Sánchez? En el primer descanso es evidente que ha sido excesivamente agresivo. La sorna, interrupciones y comentarios mordaces han inundado el inicio del debate, tal vez para afianzar un papel de ambigüedad. Sabía a qué público dirigirse en todo momento, y de hecho ha sido un gran orador en algunos asuntos (con diferencia, el más minucioso en cuanto a las medidas contra el yihadismo). Pero esa arrogancia inicial, que más tarde ha tratado de corregir e incluso ha generado un efecto contrario al hablar menos, demuestra que trata de encontrar su posición. El discurso está impoluto, pero una cara bonita no basta, y más si viene de un partido como el PSOE y resucita el dicurso de las derechas y la izquierda. También resulta un poco triste que el único partido vuelva a mencionar las falacias de Grecia y Venezuela para desprestigiar a Podemos haya sido uno que se considera de izquierdas (los otros dos de derechas, ni una palabra sobre el asunto). Sánchez podría ejemplificar la Guerra. No por su apoyo a la lucha armada, sino más bien por las batallas que tendrán que acometer, una vez más, la gente que verdaderamente cree en los ideales del partido frente a los que han edificado un baluarte donde viven de lujo. En fin, lo mismo de siempre. ¿Sería irónico creer que existirá una lucha de clases en un partido que hace tiempo fue socialista y creyó en el marxismo?

A todo esto, el único perdedor de la noche puede decirse sin tapujos que no estaba en el debate. El presidente de las pantallas de plasma, del ninguneo a los debates y de los lamentables SMS estaba tan feliz viendo el debate con su familia en Doñana, mientras su segunda a bordo se rompía los dientes defendiendo un supuesto crecimiento y una salvación que de tanto repetirse se vuelven un poquito insoportables ya. Sáenz de Santamaría no ha decepcionado en lo que se esperaba de defender las políticas del PP hasta límites insospechados (ha llegado a decir que todos los partidos menos el suyo contemplaban subir el IVA). Por lo menos, hay que reconocer su valentía por dar la cara por un Rajoy que cada vez sabemos menos qué coño pinta como candidato, y su honradez en temas como Cataluña ofrecen perfiles claros y concisos de su ideología (¿para qué queremos a Le Pen si podemos tener a Soraya?). Su participación más que activa y sus contestaciones directas están bien, pero deberían corresponderse más con la realidad. Al fin y al cabo, su atuación se ha limitado a repetir unos mantras más que interiorizados y defender un supuesto mérito de haber sacado al país de la crisis. Hasta en algunas ocasiones parecía que estuviera leyendo del teleprompter.

¿Qué jinete sería Sáenz de Santamría? Paciencia, porque eso me lleva al siguiente candidato. Pablo Iglesias ha pasado extremadamente desapercibido en casi todo el debate, formulando un discurso generalista que no aportaba nada con respecto a lo que ofrecían los otros tres. Ha tenido que pasar el tiempo hasta que se activara, aunque ha tenido momentos en los que ha recibido varios palos (asunto Monedero por Sáenz de Santamaría o dureza de Sánchez) por no haber estado a la velocidad que se esperaba. Con seguridad, era del que más se esperaba que metiera la pata (el bolígrafo para dar seguridad ha sido su elemento distintivo). Pero ha tenido momentos mejores cuando, curiosamente, ha ido a rebufo del resto. La autodeterminación en Cataluña, su rotundo no a la guerra en Siria o su minuto final (con el toque de gracia del puño de hermano del Bronx al final) recuerdan las expectativas que hace un año y medio crearon sobre cambiar el país. Al menos, su arrogancia natural no ha salido exuberante, lo cual quiere decir que sí que trabaja sus discursos con detalle.
Voy a ser asquerosamente sincero: Podemos me ha ido desencantando en muchos aspectos (sobretodo a raíz de no haber pactado con Izquierda Unida), pero de lo que hay, creo que es la única alternativa con una mínima posibilidad real de implantar auténticas reformas en este país. Seguramente peco de crédulo, pero no se me olvidan las ilusiones de cuando empezó todo. Incluso ahora que siguen una poco provechosa estrategia que rehuye del convencional izquierda-derecha, pienso que deben tener presencia. Aunque no vale cualquier cosa y hay que ser muy críticos, eso que quede claro.

A eso iba con lo de los jinetes. Rajoy, que no Soraya, es el Jinete de la Muerte, una destrucción para las ansias de los millones de ciudadanos españoles de reconstruir España y hacerla más justa y habitable. Iglesias, con sus más y sus menos, ha de ser el Jinete de la Victoria de la participación frente al apoliticismo, de las propuestas frente a la sumisión, de la sonrisa frente a la frustración. Ha de ser eso, porque si no, tendremos un problema muy serio de cara al futuro y volveremos a lo de siempre. El Apocalipsis nunca llega, pero si lo hace, necesitamos saber seguro a qué agarrarnos.

P.D: Sé que no publiqué la semana anterior, pero es que literalmente no tuve tiempo. La semana siguiente, espero que la cosecha sea buena.

sábado, 14 de noviembre de 2015

No es el Islam, son los fanáticos

La historia, escribía Marx en el "Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte", se repite dos veces: una como tragedia y otra como farsa. Sin embargo, hay ocasiones en las que se repite dos veces como una inmensa tragedia. Los atentados de París son el inicio de otro período de represión en nuestra historia posmoderna. Un sangriento y cruel recordatorio acerca de que el mundo occidental no puede escapar de la espiral de violencia y destrucción (que nunca olvidemos; en buena parte ha sido creada por él mismo) ni siquiera dentro de sus propias fronteras.
La osadía de esa formación de asesinos autodenominada Estado Islámico, que ha perpetrado un atentado mucho mayor que el que conmocionó a Europa en las oficinas de Charlie Hebdo, es desproporcionada a todos los niveles. La capital francesa suponía un punto de mira ideal para los fanáticos no solo por los acontecimientos anteriores, sino también por sus continuos bombardeos en la guerra de Siria y su reconocimiento oficial como Daesh (nombre despectivo en árabe que se le da a la organización en Oriente Medio). Francia está de luto, y con ella el régimen de libertades que hemos conocido.

Me resulta presuntuoso y desacertado que se crea que con poner una bandera francesa se demostrará más solidaridad con las víctimas. Las víctimas del odio no tienen nacionalidad, ni patria ni bandera. Se esparcen a lo largo del mundo y sufren las consecuencias de la manipulación, el desprecio más inhumano y las trifulcas irracionales que se libran en cada injusticia. No son ni más ni menos: a lo largo de la historia han sido siempre las mismas. En última instancia, este gesto sirve para recordar a los heridos y familias de los muertos de que no están solos. Pero no lo están, y el apoyo y empatía del mundo entero trasciende mucho más que una simple banderita.

Una vez más se cumplirá la sentencia de Óscar Romero: las serpientes morderán a los hombres descalzos y la razón se evaporará en un imaginario brutal y descarnado. Enhorabuena, fanáticos de Daesh, porque con vuestras acciones habéis vuelto a despertar a los monstruos: esa ultraderecha europea que rugía contra vosotros resurgirá como la espuma; y os destrozará no a vosotros, sino a miles de vidas inocentes que luchan por sobrevivir a diario, que aman la paz y respetan la diversidad, que entienden y acogen. A esa mayoría silenciosa que profesa vuestra misma religión pero que se negaron a aceptar un ideario de violencia irracional; esos serán los primeros que caigan. Empezando por los refugiados que tratan de huir de una guerra que nunca fue la suya hasta llegar a los inmigrantes que llevan años soportando la discriminación y el desprecio de un europeísmo cada vez más hermético y anquilosado. Porque, también hay que recordarlo, en Francia se practica una enorme exclusión social hacia los musulmanes. Gracias a vosotros, fanáticos, Marine Le Pen ganará las próximas elecciones, en España se aprobará otro pacto antiterrorista que violará los derechos humanos e incluso puede que Donald Trump se convierta en el nuevo presidente estadounidense. Y para entonces, no habrá momento de marcha atrás en un continente cada vez más lejos de la democracia y más cerca del empoderamiento de los representantes de la opresión y humillación.

Ojalá fuera cierto que todos los fanáticos son estúpidos. Pero lo peor es que no siempre lo son. El antropólogo Juan Luis Arsuaga comentó que el ser humano es el único animal del planeta capaz de ser fanático, un problema que para nuestra desgracia ni siquiera miles de años de evolución podrán paliar. De nada nos servirá salvarnos de la ilógica del terrorismo si no somos capaces de salvarnos a nosotros mismos. La islamofobia es el principal problema de futuro: los musulmanes del siglo XXI son los que fueron judíos en el siglo XX, con el agravante de que también son el principal blanco de los grupos rigoristas islámicos. Esta mañana escuché a un voluntario de una asociación decir con tristeza: "Si ahora les miran mal a ellos, ¿cómo nos mirarán a nosotros, que les estamos ayudando?".
Todos estos razonamientos seguramente sirven de poco para los que han sufrido esta carnicería sin sentido, pero tenemos que recordarlo tanto como llorar sus pérdidas. No debemos crear falsos supuestos.

Hace diez meses escribí un credo en memoria de las víctimas de los atentados del 7 de enero. Hoy he recordado que hace dos años escribí un poema llamado "París". Triste coincidencia sobre una ciudad donde el horror repite infinitas veces la misma historia.


París
Wenn ich ihre Haut verließ -
der Frühling blutet in Paris.
(Fruhling in Paris, Rammstein)

La primavera se desangraba
Entre los aleteos de las palomas
El flujo circular de los trenes
Y las nubes convertidas en polvo

Como un amasijo de hierba y hierro
Avanzaba grácilmente entre
Las estilográficas de los despachos
Los regímenes de dieta cumplidos
Y los decretos oficiales en desuso

La primavera bailaba
Y atraía a los niños sin huesos
Atándolos para siempre a su bullicio
Del silencio, y a sus súplicas hermosas

Acaso quiera yo no ver a la primavera
Que deambulaba entre las luces de neón
Como una mala madre o mujer libre
Que estiraba las piernas en bancos y avenidas
Sintiendo cansancio
Entre sus muslos de bailarina inagotable
Un otoño demasiado largo en primavera
Las inundaciones pisaban sin ganas
Las letras de agua y sombra

¡Y es que la primavera se desangraba!
Melancólica entre acólitos
Dulce y pausada en los carruseles
¡Y es que nadie la veía!
Acaso un viejo vagabundo
Antes de roer una lata vacía
O tal vez leprosos desheredados
Los viejos que no cesan
Las latas de conserva sin vaciar
Las comadrejas vacías
Las mascotas desilusionadas
Los fuegos artificiales asesinos
Las cometas sin fricción
O hasta el mismo guerrillero sin patria

La primavera se desangraba.

Es un hecho.
Hecho hecho salvaje
Pero al fin y al cabo hecho.

Y es que la primavera danzaba
entre las flores de los hombres muertos
los espejos de ojos asustados
y el ocaso de las rocas en estado de celo

¡Maldita sea, la primavera danzaba
Y yo danzaba con ella!




domingo, 8 de noviembre de 2015

Netflix, la cara amigable del imperialismo

(Este artículo nace de un debate en la radio sobre industrias culturales con mi equipo de trabajo. Las elucubraciones que surgen en este artículo son posteriores a él.)
La llegada de una plataforma virtual como es Netflix a España ha causado un gran revuelo entre los amantes del cine y series norteamericanas. Por fin se pueden visualizar de forma ordenada, coherente y eficaz contenidos audiovisuales por un precio barato y asequible mensual (7'99 euros al mes es la tarifa más baja y 12'99 la más alta, igual que en EE.UU pero en dólares). El modelo de Netflix, empresa californiana fundada en 1997, ha sido unánimemente alabado en casi todo el mundo: gran oferta y variedad de contenidos en un espacio multimedia que ofrece una gran segmentación y clasificación según el precio estipulado para acceder a sus servicios. Además, Netflix también produce contenidos audiovisuales propios de muchísima calidad, convirtiéndose en una productora más que cuenta con las ventajas de mayor flexibilidad de las que carecen por norma general grandes conglomerados estadounidenses como FX o la mítica HBO. Entre las producciones más relevantes de la empresa se pueden mencionar la cuarta temporada de Arrested Development, la premiada The Square, la fascinante House of Cards o la más reciente Daredevil.

La propuesta de Netflix se consolida como un referente dentro de un estado de desolación de las industrias culturales a nivel internacional, donde se prefiere consumir rápido y gratis que lento y costoso, a pesar de que la pérdida vaya en contra de los propios consumidores al decrecer la oferta. En Estados Unidos, donde lleva años consolidad, es normal que se prefiera pagar eso antes que la televisión. Pero también hay que entender que la plataforma realiza una misión especial. La pregunta especial que se debería hacer es: ¿qué tipo de contenidos ofrece?

La respuesta es que prácticamente toda la programación ofrecida por Netflix es proveniente de los Estados Unidos. El imperialismo cultural en su máxima expresión. No es extraño, pues, que haya tenido tanto éxito. El problema reside en que asienta unas expresiones culturales de forma homogénea y con una enorme capacidad de penetración. El concepto de hegemonía cultural de Antonio Gramsci y clave de cualquier colonización está con un cartel brillante en la oferta de Netflix. Imaginémonos que en España surgiera una plataforma similar que ofertara contenidos de producciones españolas de igual manera. ¿Prosperarían?

Desde luego no pretendo atacar a nuevas alternativas que defiendan los derechos de los trabajadores y profesionales del mundo cultural. No obstante, es necesario entender que se deben desarrollar fuertes estructuras de protección cultural para preservar formas de conocimiento y entender el mundo. El imperialismo cultural yanqui fomenta el neoliberalismo, el consumismo, las desigualdades, la representación de falsas minorías e incluso la legitimación de ideologías racistas como el sionismo. Las claves para su derrota reside en las políticas culturales de los Estados junto con las iniciativas privadas comprometidas con la cultura autóctona. Y eso lo sabe hasta un país tan neoliberal como los Estados Unidos de América.

    

domingo, 1 de noviembre de 2015

El recurso del subjuntivo

El modo subjuntivo alude en nuestra maravillosa lengua castellana a la información de la inexperiencia, lo no verificado. En cierto modo, es algo perturbador, pues su dominio nace de lo desconocido directamente, lo que no hemos vivido pero que imaginamos. Decir "si hubiera comido un pastelito" implica que no se tiene fundamento alguno para extraer algún resultado, material o intangible, para demostrar o resolver conclusiones. Pero formular esas palabras implica que se imagina, que se crea la idea de haber comido un pastelito. Durante momentos de nuestra vida, el subjuntivo nos saca de nosotros, nos hace pensar en lo que nunca existe. Es como andar entre el barro de lo que nunca ha sucedido.

Este modo gramatical es la máxima expresión de la insurgencia, del poder de evocar que tiene el ser humano. O tal vez simplemente sea un mero recurso de defensa para acordarnos de lo estúpidos que somos y lo solos que estamos. Kevin Smith es un cineasta yanqui cuarentón, obeso y charlatán que se ha convertido en uno de los gurús de la cultura friki en su país. Su talento tan inconstante ha hecho que en su filmografía se alternen bodriazos convencionales con auténticas joyas audiovisuales. Pero de entre todos sus trabajos, ninguno es comparable a la genuina belleza que desprende Persiguiendo a Amy (1998), la comedia romántica que catapultó a la fama a un Ben Affleck convertido en el protagonista de la historia que se enamora de la encantadora Alyssia (Joey Lauren Adams). ¿Cuál es su problema? Que ella es lesbiana. A través de este maravilloso largometraje, cautivador por una sensibilidad y cotidianidad fuera de lo común, se entiende la cruel pero intensamente bella metáfora: las cosas más íntimas de la vida no se pierden por grandes causas o en defensa de grandes ideales. Ni siquiera por grandes gestos. Se pierden por gilipolleces. Por minucias ridículas. Por eso será que, como afirmaba Jules Renard sobre la estupidez humana, "humana sobra, realmente los únicos estúpidos somos los humanos".


¿Cómo no pretender escapar de esa devastadora verdad? El poder imaginar, e incluso vivir cosas que realmente no existieron puede reconciliar con la ausencia de lo deseado o lo perdido. De esa forma, solapamos nuestro inconformismo.
En una ocasión leí una entrevista que le hicieron en 2012 al periodista Julian Assange. Después de haber removido el mundo al sacar del alcantarillado la mierda de supuestos defensores de la paz con el sitio web WikiLeaks, el ciberactivista defendía que no quería pensar en todo lo que no hubiera pasado, porque había que asumir hasta el final todas las decisiones. Y eso también es cierto, porque el soñar con algo que no existe nos puede volver locos. Pero aun así, de cualquier forma, se debe reivindicar "el viudo derecho al pataleo" del que escribiría Joaquín Sabina. De alguna forma, nos recuerda que somos humanos.




domingo, 25 de octubre de 2015

Accidentalmente (¿o no?) poesía de nuevo

Jueves 22 de octubre. Después de mis tediosas clases acudo rápidamente a una pequeña galería llamada pazYcomedias, en la Plaza del Patriarca. Me he encontrado con una pareja de amigos con la que había quedado para ver la exposición Better humans tomorrow. La exposición son un conjunto de imágenes del artista plástico Ernesto Casero que denuncian, de forma velada o explícita, el racismo biologicista y los proyectos eugenéticos, tan propios no solo de los totalitarismos fascistas y comunistas, sino también del capitalismo de los años 60 y 70.
Cuando entramos, hay varios asientos y una mesa central. Desconcertados, nos hemos sentado en las sillas cuando comienzan a hablar. Por un maravilloso accidente que no llegamos a comprender, nos hemos metido en un recital de poesía: la segunda sesión del programa "8 Horizontal", coordinado por Antonio Méndez Rubio. No conozco a ninguno de los dos escritores invitados. A decir verdad, llevaré casi un año sin pisar un recital. Es algo así como un reencuentro con un viejo amigo con el que te habías olvidado.

El primer invitado, Pablo López Carballo, inicia su intervención con un ensayo vigoroso y rico donde denuncia las complacencias de los poetas y su actitud cerrada ante los cambios de la sociedad. Una reflexión estremecedora: Bertolt Brecht denunciaba que hablar sobre poesía fuera considerado ofensivo. Hoy en día no es así: la poesía ya no tiene vehículos para alcanzar a la sociedad ni puede ser ofensiva. Después de recitar sus poemas, la poetisa argentina Noni Benegas lee también los suyos. Las palabras que escucho, de una forma tan distinta entre ambos, me recuerdan lejanamente a los mías. Surgen del dolor más que del júbilo, de la reflexión y de un coraje incierto, de la soledad y al mismo tiempo del ser fraterno. Sus discursos recuerdan vagamente al oficio de escribir. Más concretamente de la ardua tarea de escribir lenguaje distanciado de las lógicas aplastantes en las que hasta los propios escritores (me sabe hasta mal muchas veces identificarme con un colectivo tan noble) caemos como moscas.

Y sin embargo, es maravilloso escuchar palabras con un significado vedado: con una intención desconocida pero accesible para la experiencia y la vida. La que ha sido mordida por la utopía y se ha contagiado. Tengo la esperanzada convicción de que se guardan en un lugar de la mente y que luego cristalizan, sin saberlo, en la mano del creador. Aunque este no lo perciba.

El acto de recitar un poema podrá no tener sentido en un futuro no demasiado lejano. Si se siguen con estas condiciones de desprecio hacia lo incomprensible, tal vez no estemos muy lejos de un suicidio. Pero la fe con la que oigo hablar a los poetas me anima. No sé si la poesía debe ser dirigida a la inmensa mayoría o minoría, pero alcanzo a vislumbrar que es una extrema minoría la que lucha por ella, la que la mantiene en pie. En esa minoría, al igual que en las luchas sociales, reside la inmortalidad del arte. Y la nuestra, claro.

Dos reflexiones y dos poemas. El hermetismo no siempre es lo que parece. Y el lector no puede ser el objetivo primordial del escritor. Ahí es donde reside la auténtica guerra de las palabras.

Ostende al Sur (Noni Benegas)

A Graciela Reyes


Ostende tiene su homónimo en una costa al Sur.
Estando en Ostende al Sur se piensa, sin
que conste, en Ostende al Norte.

Se camina
por sus senderos de arena y se descubre
el viejo hotel, calco de las construcciones
fin de siglo de Montreux, o la ribera izquierda
de Ginebra.

Pero Ostende
es una estación ruinosa en la Provincia de Buenos
Aires
frente al Atlántico;
es un juego descascarado de jardín
en una terraza brumosa,
es un arbusto rodando por la playa.
La herrumbre
trepa los muros abriendo puertas sobre las dunas,
es la que fulge quieta en todas las lanzas
de la escuela flamenca.

El devastado hotel existe para
la luz del norte, la que aquí sufre
irriga como un subsuelo fértil
la composición feliz.

Ostende, exangüe bajo el viento,
al Sur.


Soluciones aplazadas en desvelos (Pablo López Carballo)

Diferentes especies vegetales,
anoto los resultados, crecen.
Líneas rectas escasas entre cinturones,
acelerador de parábolas. En la cama
recién pescada aleteas. Desconsuela
ver como te secas; en el hielo
un pájaro se posa vuela
corta el tendido eléctrico.
Seres microscópicos la sorprenden
estaban ahí antes que ella.


No hablo de mí, los monólogos
cadavéricos se acaban pareciendo
entre sí.
Querencia de lo perseguido voluntad
de la palabra avanza contra
el espacio interrogo en su opuesto.
Saber si aun puedo
escribir antes de darlo por perdido
enlazar en el intento dejarlo
servir hay otras maneras
tallar la madera dejar al viento
y la resina buscar un punto
donde puede estar o ser
todo.
Abandonar perseguir finales
dejar los peces cortar el río
cortarlo con espada.

lunes, 19 de octubre de 2015

Las mitras y los curas rojos

El pasado miércoles me dio la impresión de haberme despertado hace tres siglos cuando el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, realizó el ya famoso discursito sobre Troya y los refugiados. Las declaraciones realizadas en Fórum Europa por el cardenal le han valido reprimendas desde todos los ámbitos religiosos y civiles, incluso con una contestación del papa y una denuncia de la Red Española de Inmigración acusándolo de xenófobo, ultra e islamófobo. El único que se presta a ayudarlo es el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, miembro del Opus Dei y artífice de las vallas con cuhillas en Melilla.
Ahora el pobrecito de Cañizares dijo que lo malinterpretaron, que él se identifica con el drama de los refugiados y que se siente indefenso hacia una causa en la que quería buscar una mayor conciliación. Igual el rezo por la unidad de España, supongo. En cualquier caso, las dignas reacciones nos aseguran que las indecencias de este insoportable energúmeno no quedarán impunes. Al menos esta vez.

Esto es solo una anécdota para pensar en el papel de la Iglesia Católica en España. Entendiéndola como institución, claro está. Ni que decir que, lamentablemente, ha sido uno de los senos de retroceso social y político más fuertes y duraderos en la historia de España. Aunque con matices. Al ser una de las instituciones más antiguas, ha proporcionado episodios recientes en la historia desgarradores ya muy conocidos. Cristianos honrados como mis padres tienen que soportar que se erijan como representantes morales el clan de los Romanones o ese sociópata homófobo del arzobispo Juan Antonio Reig . Y eso como poco.

Pero hay una cara de la Iglesia mucho menos conocida, una que pasa desapercibida. Y no me refiero a la caritativa. Me refiero a la Iglesia combativa, la de los trabajadores y los luchadores, de los desheredados. Una Iglesia que se ha mantenido olvidada por culpa de las injusticias de la otra. Hoy en día se ha olvidado casi prácticamente en el ideario colectivo las luchas de los llamados "curas rojos", sacerdotes que en plena dictadura se convirtieron en un foco de resistencia contra el franquismo. Es muy triste que se desconozca la hermosísima historia de José María de Llanos, un hombre que pasó de ser el confesor de Franco a agrupar a liderar a abrazar la pobreza, el marxismo y liderar en los suburbios del barrio madrileño El Pozo del Tío Raimundo un movimiento en defensa de los marginados y por la libertad. O la Hermandad Obrera de Acción Católica. O la historia del cardenal Tarancón, que llegó enfrentarse con el mismo caudillo y que recibía diariamente amenazas de muerte de grupos terroristas de extrema derecha.
Y todo ello lo hacían con el comprensible rechazo de aquellos que habían sido castigados por las sotanas y las mitras, las víctimas de una guerra que esa Iglesia oficial nunca quiso reconocer como injusta y entre las que se contaban numerosos religiosos leales a la democracia.

Con los años ochenta, la esperanza se truncó. El nombramiento del ultraconservador Karol Wojtyla como papa y la legitimación de la injusticia con la primavera del neoliberalismo volvió a asentar en el poder a una oligarquía corrupta y enfermiza que se perpetua hasta nuestros días. Los focos de resistencia se fueron casi todos a Latinoamérica, formando la hoy todavía vigente Teología de la Liberación, y dejando a la Iglesia de España parcialmente huérfana.

Las esperanzas de reconstruir en España un cristianismo de los inicios, que sistematizaba Chomsky pero que ya conocemos, hoy se encuentran muy lejanas. Incluso con el papado de Jorge Bergoglio y los heroicos esfuerzos de asociaciones civiles que se declaran cristianas o incluso parte de la Iglesia.
Mis experiencias vitales me impiden poder identificarme con la religión cristiana. No obstante, no puedo mas que sentir auténtica admiración hacia aquellos y aquellas que, desde un cúmulo tan reaccionario y podrido, son capaces de defender con uñas y dientes, incluso hasta morir, al Otro de Ryszard Kapúscinsky, los Nadie de Eduardo Galeano, los residuos humanos de Baumant, los desheredados de Fanon, los siempre desposeídos de Camus .




lunes, 12 de octubre de 2015

Día de la Hispanidad

Cuando me propuse de nuevo escribir un nuevo artículo después de tres largos meses sabáticos (parece mentira, siento incluso lástima del poco potencial que le estoy dando a esta web), quería hacerlo sobre un tema de importancia internacional. Una cuestión mayúscula, de gran calibre, que estuviera en boca y mente de todos, que fuera casi imposible que no se conociera. Pero visto el día de hoy, tal vez sea más interesante fijar los sentidos en esta fecha, asignatura pendiente en la simbología nacional española, y de la que no se volverá a hablar hasta dentro de otros 365 días.
Antes de nada, un comentario. La Fiesta Nacional de España (denominación oficial del día nacional de este país) fue denominada durante cuatro décadas Día de la Raza, hasta que en 1958 el mismo caudillo aceptó que pasara a llamarse Día de la Hispanidad, término que por cierto hoy no se reconoce en España para tal celebración desde 1987 (innovación de la segunda legislatura del PSOE con Felipe González, apunto).

La gente de izquierdas tiende a menospreciar este día por considerarlo abominable: muestra suprema del imperialismo español y la destrucción cultural y genocida contra los pueblos indígenas desde el mal llamado Descubrimiento (Conquista sería más apropiado) de 1492. Y en ese punto no les falta razón. Ha cogido, por ejemplo, la denominación de Día de la Vergüenza.
 Pero resumir algo tan complejo como es la identidad cultural, social e incluso nacional de uno o varios países en una dualidad entre el orgullo patriotero españolista y el "Lamento profundamente haber nacido español" de Sánchez Dragó es algo ridículo e insustancial. Es más: no soluciona nada.

 Durante bastante tiempo he tendido a mirar con resentimiento a los nacionalismos, precisamente por la idea de que nublan o dificultan el entendimiento entre diferentes culturas y sociedades. Ahora cada vez me doy más cuenta de que los elementos de las identidades que se conforman dentro de una comunidad denominada nación son vitales. Aunque no nos sean muy afines, no nos podemos permitir pasarlos por alto. Porque precisamente esas identidades determinarán en buena medida si la sociedad en la que viven es justa o injusta, excluyente o integradora, libre o restrictiva...
De ese modo, llego a una conclusión: el 12 de octubre es el Día de la Vergüenza. Pero la vergüenza no está en que exista un día nacional. La vergüenza es que ese día se celebre un 12 de octubre. La vergüenza no es que se reúnan todos los representantes de un pueblo. La vergüenza es que quien los represente sea un rey no electo democráticamente y la única planificación sea un desfile militar de costes astronómicos (solo faltan la Iglesia y la banca para conformar el nido de los retrocesos sociales en España). La vergüenza es también que no represente un vínculo con los pueblos hispánicos, ya sean los lazos con Latinoamérica o con el resto de naciones ibéricas; y en su lugar se erija el españolismo más rancio, el de los toreros y la bandera, mostrando la incapacidad de dialogar que se lleva incrustando en este país demasiado tiempo.
 ¿Por qué no refundar un Día de la Hispanidad? Un día que refleje la intención de vincularse con la cultura del resto de pueblos de América, de reconciliarse con el hermano sin olvidar las injusticias del pasado, de reaprender a entenderse y escucharse. Un día que refleje más cultura que nación.
 Y por favor, que no sea el 12 de octubre. La historia es muy extensa, seguro que se encuentra una fecha mejor.

Dicho esto, feliz (mal denominado oficialmente) Día de la Hispanidad.



 P.D: Aprovecho para informar a lectores asiduos u ocasionales de que pretendo hacer al menos un artículo por semana para reavivar un poco más este blog. No prometo nada, pero como diría Jules Winnfield, "me esfuerzo, Ringo. Me esfuerzo con toda intensidad por ser el pastor."

viernes, 3 de julio de 2015

Solidaridad o barbarie

Vicente Aleixandre (1898-1984), uno de los poetas más brillantes de la Generación del 27 publicó en 1935, en plena república española, la que sería piedra angular de su obra poética y literaria, a la que con gran acierto puso de título La destrucción o el amor. El nombre de este maravilloso poemario cargado de surrealismo, que tal vez resultara profético en la posterior debacle que sumió al país en el odio y la miseria cultural y social, ponía acento en la cuestión humana universal del equilibrio entre dos fuerzas inexorables. Por un lado, entregarse al odio más primigenio y puro (el impulso del Tánatos según la teoría psicoanalista de Freud), simbolizado en la destrucción, que en ocasiones podía implicar la palingenesia o resurgir del ave fénix. Por otra parte, su antítesis en la capacidad entablar lazos, de construir identidades y relaciones basadas en la fraternidad y tender puentes sólidos, conjunto de creencias y valores a las que se insiste en llamar "human@s".

Quien pudiera decir que en tantas cuestiones la Historia nos acerca a los años treinta en no pocas similitudes. Ciertamente, el viraje que está desarrollando el problema de la deuda en Grecia está generando consecuencias mucho más serias de lo que podamos llegar a entender. No solo por la cuestión económica, sino en la forma de redefinir el futuro de un concepto de identidad y societario como es la compleja Europa.
Antonio Gramsci, que al igual que Aleixandre vivió en la convulsa época de entreguerras y fue silenciado por el totalitarismo fascista, entendía las épocas de crisis como un período histórico donde lo nuevo no termina de nacer y lo viejo y no termina de morir. Es entonces cuando la humanidad posee una mayor capacidad de cambiar el sistema, pero también una época de peligro terrible. Los monstruos, efectivamente, surgirán en Europa en la década de los treinta, al calor de las devastadoras crisis económicas posteriores a la 1ª Guerra Mundial.

La Unión Europea se ha convertido en un paradigma de las consecuencias de una crisis económica, que ha demostrado ser una conspiración de la estupidez impulsada por gobiernos irresponsables y corporaciones multinacionales caníbales. Las mal llamadas políticas de austeridad solo han aumentado las brechas de desigualdad hasta límites insospechados, recordando a los ciudadanos que la Europa de la moneda siempre ha ido antes que la Europa de las personas. Las anquilosadas políticas neoliberales han sumido en la pobreza a cada vez un componente más amplio de la población, que teme por su futuro y ve reducidas sus esperanzas al límite.
Ramón Lobo defendía en un artículo de hará un año y medio que ahora mismo Europa ha llegado a un punto de no retorno, donde ya no es posible soportar las políticas hechas para la minoría ultraprivilegiada. Europa se debate entre dos forjas de identidad marcadas por el descontento: la de una Europa solidaria, abierta y con el acento en asuntos sociales sobre económicos; y la Europa de los monstruos, la alentada por la extrema derecha que rechaza cualquier posibilidad de integración y recurren a principios de soberanía que implican en muchos casos xenofobia y nacionalismo excluyente.

Esa primera Europa es por la que se lucha en Grecia. El partido Syriza nunca se ha posicionado en contra de la Unión Europea, como muchos pretenden declarar. Lo que pretenden es cambiarla desde dentro para orientarla hacia una ciudadanía europea digna. El equipo de gobierno griego actual ha demostrado un verdadero ejemplo de altura política. ¿Qué otro gobierno ha luchado por tratar de modificar una deuda tan espantosa e imposible de pagar para un país donde las tasas de suicidio y pobreza han crecido de forma exponencial desde la crisis? ¿Qué otro gobierno ha tratado de concertar un acuerdo frente a la dictadura del Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Comisión Europea? ¿Quién más ha dado a un pueblo la posibilidad de elegir sobre el futuro de una deuda que ha sido culpa de la gestión de gobiernos anteriores?
Que el presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker, amenace a Grecia y ponga por delante el pago de responsabilidades es cuanto menos un ejemplo de poca vergüenza después del agujero negro que ha dejado en Luxemburgo. Que el FMI se sume al carro podría ser un chiste, después de haber demostrado la cantidad de tecnócratas vagos e incompetentes que ha albergado. Y no digamos ya la deplorable actitud de Alemania, que manipula la información a su gusto y parece tener amnesia selectiva cuando se le recuerda que Grecia, entre otros países, le perdonó su deuda derivada de la Segunda Guerra Mundial.

Los resultados del referéndum son decisivos para iniciar una nueva construcción de ciudadanía y recordar a las democracias el papel que han olvidado. De lo contrario, los monstruos cogerán fuerza, y puede que no tengamos más suerte que Aleixandre o Gramsci si no abogamos por la solidaridad con el pueblo griego antes que con la barbarie.

Como conclusión, un poema del gran Constantino Kavafis que recuerda el heroico carácter de Grecia, cuna de la cultura en Europa y que ahora más que nunca es un  ejemplo para todo el continente.

TERMÓPILAS

Honor a aquellos que en la vida
han encontrado y defienden sus Termópilas
Sin jamás faltar al deber
justos y rectos en su ley
y aun  así piadosos y compasivos;
generosos cuando ricos
y cuando pobres, aunque menos
también generosos,
ayudando cuanto pueden,
siempre hablando con la verdad,
mas sin odio hacia los que mienten.

Y más honor se les debe
cuando avizoran (y muchos lo hacen)
que Efialtes al fin ha de aparecer
y que, a pesar de todo, los persas pasarán.

     



sábado, 23 de mayo de 2015

La democracia siempre tiene una dimensión radical (más aún en el País Valenciano)

El término "radical" proviene de la palabra latina radix-radicis, raíz. En una breve búsqueda dentro del Diccionario de la Real Academia Española (que con sus más y sus menos, sigue siendo una autoridad respetable en la materia), se encuentran varias acepciones, de las que destaco las cuatro primeras:
1. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. Fundamental, de raíz.
3. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.
4. Extremoso, tajante, intransigente.

Si bien los dos primeros términos son los que en el sentido etimológico más claro se ajustan al significado original de la palabra, los dos últimos son  más interesantes desde una perspectiva en donde la palabra casi se ha convertido en un sinónimo de ambos.

Los primeros conocimientos que tengo sobre esta palabra se remontan a las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII. En realidad, a una en concreto: la Revolución Francesa (1789-1799). Se les llamaba "radicales" a aquellos sectores del Tercer Estado vinculados a las clases populares que demandaban medidas de un carácter mucho más extremo que el de acomodados burgueses agrupados en clubes como el de los girondinos. Los radicales iban desde el club de los cordeliers, los jacobinos (que serían recordados más tarde por ese tan vilipendiado y demonizado período de la revolución conocido como el Terror), los sans-culottes (milicias populares que ni siquiera podían costearse unos pantalones largos adecuados a la época, de ahí su nombre) y los enraigés o "indignados" (el 15-M tiene claros predecesores). ¿Sus medidas? El establecimiento de la soberanía popular a través del sufragio universal masculino (en algunos casos también de las mujeres, puesto que en algunos aspectos se considera esa revolución como el inicio del feminismo moderno), el fin de las relaciones incestuosas entre clero, Estado y sectores privilegiados y el empoderamiento de los más pobres a través de una particular visión del pueblo y del hombre que, entre otros, interpretaba que "cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes" (según el artículo 35 de la constitución francesa de 1793).
Con todo, y a pesar de sus terribles excesos ya conocidos de sobremanera, sin esos radicales el fin del absolutismo y su máxima expresión, la monarquía,  no se habría producido en ese instante, condenando a la historia a un retraso de la llegada de derechos y libertades a Europa.

El País Valenciano ha sufrido duros reveses a lo largo de la historia del siglo XXI. Dominado por oligarcas rancios y poco afines a la igualdad y justicia social a principios de siglo, fue foco imprescindible de resistencia republicana contra fascistas y fantoches herederos del rectísimo temeroso de Dios Juan de Torquemada (El Señor nos libre de sus acólitos). La ironía es terrible: después de una época de represión indiscriminada contra "rojos" por parte de esa clase social putrefacta y mezquina, quien hubiera podido decir que sus herederos acabarían convirtiéndose en los héroes de la Comunidad Valenciana (un término absurdo que no existía antes de la Transición) durante veinte años y creando un parque temático de la corrupción y desvergüenza como pocos se han visto en Europa: la Ciudad de la Luz, la visita del Papa, la trama Gürtel, la Fórmula 1, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el despilfarro y cierre de Radiotelevisión Valenciana, intentos de destruir zonas ambientales imprescindibles y sistemas educativos, dominación ideológica... Y todo ello con la mayor de las chulerías y el talante más irrespetuoso, característica común en la chusma de dirigentes del Partido Popular y sus estúpidas justificaciones. ¿Cómo se puede negar que se necesite una democracia radical en este territorio?
Una vez más su estrategia se consolida en la premisa "nosotros o el caos". Como si ellos no fueran los culpables del caos. O mejor dicho aún, como si ellos no fueran el caos para el pueblo. Porque solo el pueblo salva el pueblo ya lo canta Berri Txarrak. Solo hace falta que el pueblo se acuerde.
La acepción de "radical" como "extremoso, tajante, intransigente" tiene que ver con la connotación que las élites más corruptas e inmorales tratan de dotar a la palabra. Porque saben que no les conviene, ni desde luego quieren que la mayoría de la población viva en parámetros de justicia, igualdad y auténtica libertad (no esa de los mercados, esa no es libertad).

Hasta el mismo papa Francisco declara que "la corrupción es un mal más grande que el pecado". No debe haber perdón para las sanguijuelas que durante décadas han sorbido la sangre de gente inocente y su tierra para edificar sus lujos y sus insultos a la ciudadanía. La piedad no debería ser un recurso que el infame corrupto pueda solicitar. "Castigar a los opresores es clemencia; perdonarlos es barbarie" decía el radical Robespierre. La democracia, el gobierno del pueblo, tiene siempre una dimensión radical. Y más aún en el País Valenciano.
La verdadera cuestión es convertir esa dimensión en sentido común.

lunes, 13 de abril de 2015

Galeano, la rebelión de la luz en la penumbra

Eduardo Galeano falleció hoy en Montevideo (Uruguay), su ciudad natal, con 74 años de vida, mismo día que el escritor alemán Gunter Grass. Fue periodista, escritor, poeta, ensayista, alma libre y rebelde. En las tres cuartas partes de siglo que vivió fue capaz de desarrollar un compromiso político y social digno de envidia de cualquier ser humano. En una época de dolor, oscuridad y tormentas como fue la historia de América Latina del siglo XX, él fue capaz de entender desde el primer momento que la verdad se encontraba en los desgraciados, miserables, perdidos, naufragados y desposeídos de la tierra.

Su trayectoria vital es una oda a la libertad y la justicia, su sensibilidad logró crear una nueva manera de entender la realidad, y en última instancia, el mundo.
Preso de conciencia, simpatizante de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, dibujante de los contornos de las palabras, férreo defensor de los derechos de la mujer, héroe reprimido por las feroces dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay, fue un hombre que logró entender para qué servían las personas y su obra. Él más que nadie entendió lo que significaba la libertad en el sentido más duro y humano, así como los peligros que para ella suponían la polarización y la violencia estructural del capitalismo.

Aunque se declaraba ateo, entendía el amor y la rebelión como los símbolos de unión en la especie humana, rechazaba las imposiciones y promulgaba las oportunidades. Fue y será un referente de incansable escritor que no calla, que no quiere ni puede callarse cuando los monstruos salen de los armarios y los inocentes sangran por las costillas. No calló contra los asesinos (Videla, Pinochet, Bordaberry, Batista y otros tantos demasiados), contra la "amnesia obligatoria" enseñada en las escuelas y en los centros penitenciarios, contra la desesperación de los hombres y mujeres buenas. Ni siquiera calló cuando fue amenazado de muerte, ni cuando fue encarcelado, ni cuando fue obligado a huir de su tierra.

La voz de los sin voz, en la última entrevista concedida en España, por TV3, Galeano afirmó que "no vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia". Sería un buen epitafio si no fuera porque Eduardo Galeano se encuentra más allá de la frontera de la vida y la muerte. Siempre será un atisbo de luz en la penumbra, un secreto desvelado en la crónica constrictora del pan nuestro de cada día, un derecho al delirio cuando soñar se vuelve delito, un canto a la esperanza donde no la hay. En definitiva, la utopía inalcanzable del que se cree lo suficientemente loco como para creer que otro mundo es posible.

https://www.youtube.com/watch?v=lNxafgc9Z48   

sábado, 10 de enero de 2015

El credo de Charlie Hebdo

En estos momentos y después de la espantosa tragedia de Charlie Hebdo ocurrida en París esta semana, tal vez deberíamos empezar a replantearnos lo sucedido. No hay mejor momento que el actual para bendecir y maldecir por lo que ha sucedido, por la urgencia del momento.
Hagamos una enumeración, un credo, a tres días de la masacre y un día desde la muerte de los asesinos.

Malditos sean Chérif y Said Kouachi, tristes y grotescas marionetas, ignorantes y deshumanizados, por asesinar a sangre fría a doce personas y herir a once más. Malditos sean porque sabían lo que hacían, lo sabían mientras buscaban dentro de la oficina las caras de los principales humoristas del semanario para asesinarlos.
Malditos también los asesinos del supermercado, por querer ser segundones homicidas aprovechando el dolor y la miseria producida.
Malditos sean especialmente aquellos que les instruyen  (Al Qaeda, Estado Islámico o de demás grupos fundamentalistas) que degeneraron una religión que busca la justicia para transformarla en un manifiesto de la barbarie. Malditos porque pretenden imponer su imperialismo del terror y la sumisión. Malditos porque se apoyan en la irracionalidad y el fanatismo de gente desesperada (como los Kouachi o los asesinos del supermercado) para satisfacer sus ansias de poder y ambición (material, nunca espiritual).
Malditos sean Jean-Marie y Marine Le Pen, fascistas sin corazón, oportunistas calculadores y mezquinos, por atreverse a hacer política en un momento como este y pretender canalizar el odio para que la islamofobia se convierta en bandera nacional.
Malditos los órganos de poder occidentales, norteamericanos y europeos, porque con la tragedia ven satisfechas sus ansias de encontrar un enemigo con el que cebarse para dejar sin saliva a los que critican su injusta supremacía.
Malditos todos ellos, infames y desgraciados.

Sean benditos aquellos que se solidarizan realmente con las víctimas de la barbarie, y los que se muestran escépticos con aquellos que lo hacen por moda y no por amor a la libertad. Bendita sea la libertad, porque es la última palabra que pronunciaron antes de caer sucumbidos por las balas. Benditos aquellos que entienden que el islam no es culpable, sino víctima del atentado, y luchan por crear una visión más verdadera de este.
Benditos los once heridos, los familiares y amigos de las víctimas, los que más sufren este triunfo de la estupidez humana. Ojalá que algún día puedan recuperarse.
Bendito el humor irreverente, satírico, que no cede a presiones. El humor políticamente incorrecto, coherente, inconformista, grosero, reivindicativo, suspicaz y lúcido, porque es una muestra de que se puede hablar de verdad sobre lo que preocupa a la gente corriente. Porque es una muestra de que verdaderamente existe libertad de expresión y un indicador de la sana salud mental de un país.
Benditos sean el lápiz y el bolígrafo porque son instrumentos hechos para crear, para imaginar e insurgir, mientras que las armas son instrumentos que solo pueden destruir, herir, rasgar, mutilar.
Benditos los muertos. Benditos los cuatro anónimos asesinados en el supermercado, inocentes cuyas vidas han sido sesgadas por una causa que desconocen. Y benditos sean Fréderic Boisseau, Elsa Cayat, Franck Brinsolaro, Bernard Maris, Cabu, Ahmed Merabet, Michel Renaud, Wolinsky, Mustapha Ourrad y Tignous. Bendito sea Charb, director de la revista, aquel dibujante que dijo que prefería morir de pie antes que vivir de rodillas, palabras que cumplió hasta las últimas consecuencias.
Benditos todos ellos, porque son inocentes. Porque no serán olvidados.

No quisiera acabar sin la frase tan magistral que incluye el poeta Juan Carlos Mestre en su poema "La tumba del apóstol". Una frase atribuida al apóstol Santiago, creyente del mismo dios en el que creen los musulmanes, que reza así:

"Podéis atar mis manos,
pero no mi bendición y mi lengua"