sábado, 20 de febrero de 2016

Libertad de expresión [Standby]

Asisto atónito a un cúmulo de sucesos que me hacen estremecer. Recelo de los mensajes alarmistas y no me gustan las interpretaciones apocalípticas, pero estoy asustado. Y creo que tenemos motivos para creer que ahora mismo hay un gran peligro en España.

Hará dos semanas que estalló la polémica del encarcelamiento de los dos titiriteros por emplear el término "Gora Alka-Eta" como recurso satírico en una obra de ficción ante varios niños. La extrema medida de un juez de la Audiencia Nacional, con un pasado siniestro como policía nacional, sirvió para criminalizar a dos artistas que, independientemente de lo cuestionable que fuera representar una obra claramente adulta para un público infantil, ejercían su derecho a la libertad de expresión. Desgraciadamente, el ayuntamiento de Madrid siguió la lógica de la caverna mediática y culpó a los artistas antes que defenderlos, y ahora dos asociaciones de víctimas del terrorismo que tan tristemente se han convertido en armas de intereses políticos (Asociación de Víctimas del Terrorismo y Dignidad y Justicia) se han querellado contra los titiriteros precisamente por eso, por representar una obra de teatro.

Pero es que la cosa no ha acabado ahí. Esta semana ha comenzado el juicio contra la concejala del mismo ayuntamiento, Rita Maestre, por irrumpir hace cuatro años en una capilla con consignas en defensa de la mujer y desnudarse de cintura para arriba junto con más activistas. Maestre ya se había disculpado por las posibles ofensas, pero es que el delito al que se enfrenta es "contra los sentimientos religiosos". No es broma. Y es que un delito heredero de los autos de fe inquisicionales está amparado por nuestro sistema. Una vez más, otra querella como instrumento político (solo Maestre y Hector Meleiro, los dos de Podemos, han sido acusados de entre todos aquellos participantes) iniciada por sectores ultrarreligiosos católicos y filofascistas. Qué ricura.

Otra más: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau querellada también por una ofensa hacia el cristianismo por en un acto público la poestisa Dolors Miquel recitar un poema feminista que imitaba al Padre Nuestro . El primero que encabezó las críticas: el actual ministro de Interior Jorge Fernández Díaz, que, como no, es miembro del Opus Dei.

Otro: varios grupos de presión sionistas se querellan contra el semanario satírico El Jueves por parodiar en una de sus páginas la creación de Israel. Hoy en día, parece que decir que un Estado que asesina a miles de inocentes al año, que mantiene el apartheid y que solo admite a personas de un misma identidad histórico-religiosa (en este caso, los judíos) es una democracia sería algo impensable, pero el beneplácito y complicidad internacional con Israel lo desmiente. Aun así, ha sido admirable ha sido el manifiesto de personalidades en contra de esta nueva criminalización.

Y la última y más reciente: cinco sindicatos de Radiotelevisión Española, en una reunión en la que denunciaban la represión contra un periodista por criticar la manipulación informativa a la que estaba siendo sometida, fueron comparados por un directivo como ETA.

Este aluvión de intolerancia y permisividad es inaudito en estos últimos años. Algo me dice que las estructuras de ultraderecha están aprovechando la situación de inestabilidad en la formación de gobierno para actuar con carta blanca sobre los focos que quieren apagar. La libertad de expresión, una vez más, se está quedando coja, y muy pocos están haciendo algo para remediarlo.

Muchos sectores de este país no entienden todavía que la libertad de expresar está por encima de las creencias individuales, le duela a quien le duela. No debemos consentir que se robe la facultad de hacer ficción y de satirizar contra las estructuras del poder, ni criminalizar a aquellos que lo hacen, porque esos son los que dan su sangre por la libertad.

Evelyn Hall, biógrafa de Voltaire, resumía la vida de este intelectual ilustrado maestro en la sátira con la tan repetida frase: "Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo". Será pomposo, pero la historia está de llena de ejemplos que dan su vida por ello. Hagámonos un favor y no olvidemos su sacrificio.

P.D: Para los que no entienden aun que en una democracia no pueden haber delitos de inquisición, he aquí la famosa lección de vida de La vida de Brian, una película que más de una querella por eso mismo recibió y que sigue siendo referente del humor y cine político.

Pasad buena semana.



domingo, 14 de febrero de 2016

El tiempo libre en la educación

Soy un defensor de los sistemas educativos que personalizan e intentan dar respuesta a las inquietudes de los estudiantes. Lo he sido siempre, y estoy más convencido de ello después de haber sufrido durante más de una década el proceso industrial de la educación en España. Es escalofriante el número de alumnos por aula que se permite en este país. Y aún tenemos que agradecer que lo redujeran en verano del año pasado.

Uno de los aspectos que me atañen más en toda mi experiencia en las aulas (o más bien, fuera de ellas) es la cuestión del tiempo libre. Ahora que se está haciendo apología de la formación como factor de innovación para contribuir a la economía, cada vez hay que tener cuidado con adónde nos dirigimos: como diría Noam Chomsky, es ridículo creer en la educación considerada mero instrumento para incrementar el PIB. De hecho, existen estudios que reconocen a la educación por su eficiencia y no por su capacidad de hacer pensar y actuar a los educandos. Economización, lo llaman. Algo ciertamente deprimente, donde la garra neoliberal vuelve a tejer su trampa.

Pero retomemos lo del tiempo. En mi experiencia educativa, con especial repunte en la Universidad, me he topado algunas veces con visionarios de tercera clase, iluminados amparados por el sistema que creen que pasar muchas más horas dará los conocimientos necesarios sobre una determinada materia. Que, en definitiva, cuanto más tiempo, siempre mejor, aunque sea a costa de robarle horas que las personas estudiantes desearían tener para ellas mismas.
Con todo mi respeto, creo que ese tipo de docentes no deberían ser aptos para instruir a nadie, ni siquiera para darse lecciones a sí mismos. Aprender unos conocimientos debe llevar un tiempo ajustado de lo que impliquen, y no deben interferir con la función social de desarrollar otras labores fuera de la Universidad. Como dice un querido amigo mío, en la calle se aprenden muchas más cosas que en la universidad.

Es verdad que asistimos a un proceso de desarraigo por la acción y tecnocratización de los espacios universitarios en favor de un "estudio y me voy a casa". Ese tiempo lo suplen las borracheras en discotecas con precios abusivos e interminables horas delante de la pantalla del ordenador para descubrir, un vez más, que no se aprende nada memorizando sin comprensión. Me entristece que solo se visiten las bibliotecas para estudiar o sacar libros de texto, con todo el potencial que son capaces de poseer. Toda la oferta que hay dentro y fuera, y tan huérfana de jóvenes. Tal como recoge un estudio sobre el asociacionismo de los jóvenes europeos, los principales obstáculo para los españoles sobre estar o no dentro de una asociación de cualquier tipo (religiosa, deportiva, cultural...) son la falta de tiempo o el no haberlo pensado nunca. ¿Hay o no hay un hilo en todo esto?

Pero esos problemas que padecemos se deben combatir con otros instrumentos de promoción (que ya existen y se siguen poniendo en práctica a duras penas), no restringiendo tiempo a los estudiantes. Tal vez en este caso, seamos los alumnos los que no estamos a la altura de toda la dimensión cultural, vital, social y ecológica que nos ofrecen las universidades. O eso, o que algo va mal en nuestro sistema educativo. Pero bueno, eso ya lo sabíamos todos, ¿no?

domingo, 7 de febrero de 2016

Miedo y asco en los Goya

Los 30 años del cine español no tuvieron el reconocimiento que se merecían anoche. La tristeza y la incertidumbre eran las sensaciones finales de un servidor amante del cine que, perplejo, veía como la ceremonia más importante de este país se consumía en un cúmulo de pantomimas sin gracia ni sentido. Una noche terrible, no por la admirable calidad de todos los nominados, sino por la mala planificación y duda sobre la libertad de expresión de este evento.

En primer lugar, se echaron en falta más espectáculos y muestras de la calidad de nuestros intérpretes. Lo único que destacó fue el baile del principio (cuya letra ya no inspiraba demasiada confianza), un espectáculo demasiado breve de ilusionismo de Jorge Blas y una tamborilada que no entendemos demasiado bien por qué rendía homenaje al gran maestro cineasta Luis Buñuel. Hasta la actuación de un Serrat con dificultades más visibles para proyectar la voz pecaba de agorera, pues la letra de la canción no iba nada más y nada menos que del cierre de una sala de cine.

Dani Rovira repetía como presentador de la gala, pero su tradicional figura de colega para todos los públicos daba paso a una personalidad mucho más incisiva, irónica e incluso mordaz. Una personalidad menos espontánea pero mucho más valiente en cualquier caso, porque esta vez sí que se atrevió a salirse de la programación estipulada con alusiones críticas a la situación política actual, incluyendo un memorable fallo técnico.

Luego, un Resines que no inspiraba ni seguridad ni aplomo como presidente de la Academia de Cine de España. ¿Qué es eso de la mención al imperio de las leyes o un discurso tan ambiguo como desconexo? Ni carisma ni sinceridad. Más aún cuando su antecesor, el productor Enrique González Macho (representante de la vertiente más conservadora de la Academia) ha sido imputado por un supuesto falseamiento de datos para obtener más subvenciones en una de sus películas. Un pájaro negro sobre el cine y sus burdas y acríticas formas de financiación, que tanto daño hacen a día de hoy a la industria cinematográfica española. Un hecho extraño fue el recibimiento del Goya de Honor de Mariano Ozores, que más parecía encontrarse en un velatorio que recibir el aplauso de todos sus compañeros de profesión.

Pero lo más indignante fueron los instrumentos de censura de los que hicieron nata y crema los encargados de llevar la gala a su ritmo. Como tan bien afirmó el maestro Darín al recoger su Goya al mejor actor principal, un criterio "dudoso" el de poner la musiquita que ponía el acento sobre la creciente manipulación a la que se ha visto sometido un ente público tan importante como Radiotelevisión Española. El hecho más flagrante fue cuando cortaron de raíz la denuncia del productor del documental ganador, Sueños de sal, cuando hablaba de la falta de conciencia de los actores y la población en general hacia la situación de pobreza en España. O los "dentro vídeo", también luciéndose de lo lindo. Métodos que cada vez se volvían más sofisticados, aludiendo a un problema de tiempo pero con intenciones más oscuras. No es algo nuevo: Carlos Areces ya denunció el año pasado la existencia de censura en la Gala de los Goya del año pasado.


No quiero ser catastrofista, porque la gala también dejó momentos emotivos. La declaración a lágrima viva de Miguel Herrán, mejor actor revelación, agradeciendo a su mentor Daniel Guzmán (que cuando recogió su premio como mejor director novel agradeció enormemente a su abuela) fue realmente sincera. O las confusiones de un anonadado Lucas Vidal, ganador de otros dos premios  de la Academia (mejor canción con Pablo Alborán y mejor banda sonora). O la solemne declaración de Javier Cámara al recoger su galardón por mejor actor de reparto.

También quiero reivindicar la enorme calidad de las películas de este año: Truman, La novia, Un día perfecto, El desconocido, A cambio de nada, B: la películaEl rey de la Habana, Requisitos para ser una persona normal, Mi gran noche... Hermoso fue ver a León de Aranoa recogiendo el premio a mejor guion adaptado después de, como dijo él, muchos años sin pisar la alfombra roja. O los heroicos alegatos de Antonio de la Torre por los refugiados y Juan Diego Botto por los titiriteros recientemente encarcelados en un procedimiento que, como poco, induce a sospechar.

Los profesionales del cine supieron estar a la altura, pero la gala fue esperpéntica y grotesca. Aunque, mirándolo desde otra perspectiva, y a juzgar por el nombre que adoptan estos premios y la situación de incertidumbre política, seguramente haya sido acorde al dolido sentido de la obra del maestro Francisco: el de un país de gente digna y sacrificada que no consigue levantar cabeza por culpa de sus gobernantes. Miedo y asco, sí, pero también pena y crispación.