jueves, 31 de diciembre de 2015

2015, año de victorias y convulsiones

Hace exactamente un año, cinco amigos decidimos quedar en casa de una de ellos para celebrar el inicio de una etapa de nuestra vida nueva. Al final, cuatro de ellos acabamos completamente destrozados por la "oportuna" idea de comer un brownie de marihuana. En fin, nada que no anticipara que 2015 sería un año de mierda. A nivel global, no nos equivocábamos.

Empezamos el año con una tragedia que espantó a Europa: el asesinato de unos irreverentes, geniales dibujantes franceses y otros inocentes a manos del terrorismo yihadista. Cuando no queríamos darnos cuenta, la crisis de los refugiados, que llevaba años enmascarada por potencias criminales y medios interesados, explotó en la cara del egoísta Occidente que conformamos los ciudadanos de la Unión Europea y Norteamérica y nos recordó que la democracia neoliberal se construye a golpe de privar de dignidad a millones de vidas. Vivimos con sobrecogimiento el fracaso de Syriza en Grecia tras la brutal represión de la oligarquía corrupta de la Unión Europea y el avance del TTIP como el preludio a un tiempo de cada vez menos seguridad y más recortes en nombre del libre mercado. Sufrimos el dolor de esas personas corriendo por su vida en Oriente Medio, y por primera vez en nuestra historia, el nombre de Siria estaba presente en todo el mundo. El año en el que cientos de personas murieron en un avión comandado por un suicida fue 2015, el mismo año en que se consolidó el enemigo número uno mundial, el Daesh con su grotesco califa Bagdadi, y en el que renacieron los monstruos de los años 30 con nuevas caras en Francia (Le Pen), Inglaterra (Farage), Grecia (Michaloliakos) o Estados Unidos (Trump). El año en el que se fugó el Chapo Guzmán y desaparecieron 43 jóvenes en Ayotzinapa fue el mismo en el que en Ucrania se mataban por la nación y en África el ébola era erradicado a base de golpes. 2015 fue también el año en que murieron Lemmy Kilmister, Demis Roussos, Vicente Aranda, Pedro Zerolo, Ana Diosdado o Leonard Nimoy, entre otros. Y el año en el que el Partido Popular y el PSOE fueron las fuerzas más votadas en un país que, una vez más, demostró desmemoria y falta de conciencia.

En un año tan devastador, me resulta irónico que me lo haya pasado tan bien. Viajé a Ávila, Navarra y Euskadi. Me dejé los pulmones en el ViñaRock con Los Chikos del Maíz y el Reno Renardo. Aprendí sobre la injusticia de Israel y la solidaridad hacia los palestinos, por lo que el caso Matisyahu en el Rototom me dolió aun más. Aprendí a ser más compasivo conmigo mismo, a actuar teatro de Chéjov y a escribir reportajes. Impulsé este blog, descubrí cómo ser irónico, no me resigné a ser solo un acto de reflexión. Leí, escribí mi primera obra de teatro, me liberé de muchos de los fantasmas del pasado, los que se quedan en la memoria para recordar que las heridas existen. Hablé con Gervasio Sánchez y Daniel Guzmán, consolidé mi relación con mis amigos y olvidé a mis enemigos. Reí junto a mis compañeros de vida y mi familia, lloré por el dolor ajeno y propio Gracias a una profesora de interpretación redescubrí mi deseo esperanzado de poder vivir como actor, y gracias a numerosos proyectos, aprendí a expresarme mediante la palabra y a disfrutar del audiovisual, las artes escénicas y la literatura. Viví con una ilusión inesperada como el humanismo, el buen hacer y la voluntad de cambio se instalaron definitivamente en mi ciudad, y cómo los maleantes y corruptos que se creyeron inmortales fueron condenados a la humillación y el olvido. Experimenté el no poder parar y la necesidad de estar en movimiento, como el eterno viajante del que hablaba Manolo Chinato. En definitiva, y pese a todo, he sido feliz con las cargas y el azar que suponen estar vivo.

Desconozco si el próximo año será peor que el presente, si habrá razón o seremos devorados por la cruel infamia de la guerra. Tengo la pueril esperanza de que aprenderemos de nuestros errores y podremos mantener el derecho a vivir en paz, el derecho al que invocó Víctor Jara y que en los últimos años cada vez se hace más irreal. Por lo menos, siempre queda la esperanza de que aunque se empiece un año catastróficamente, las circunstancias siempre pueden mejorar. Saramago ya lo recordaba: la victoria no es eterna. Por suerte, la derrota tampoco.


Feliz 2016.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

De los cobardes sí se escribe

Y sigue el circo mediático, un espectáculo lamentable que se nutre de la más profunda mediocridad y de las más bajas pasiones. La campaña electoral continúa y aún no nos hemos subido la bragueta. Y esta vez son sonados protagonistas los representantes del bipartidismo: un seudoizquierdista que maneja las palabras y los gestos con la digna imitación de C3PO (¿suplirán sus mecánicos tonos de voz y su gestualidad uniforme a las talentosas cualidades de Jordi Hurtado?) y un pobrecito señor de la tercera edad venido a menos, incomprendido y olvidado por el sistema herido en su dignidad y relamiéndose con la desolación más cutre y patética que una persona que conozca el contexto pueda imaginar. Telenovela asegurada, viaje al centro del melodrama.


Demostrado está de sobra que algunas cosas no cambian, sino que van a peor. El debate de antes de ayer estaba más a la altura de una pelea de gallitos en un garito de pocas luces que de un intercambio de argumentos y contraargumentos. Una genuina expresión de lo grotesco. Valle-Inclán se sonrojaría ante un esperpento así. Soy muy escéptico con la exaltación de la nueva política y el exacerbado rechazo a la vieja política, sobretodo porque es falacia que una cosa por ser más reciente sea necesariamente mejor (la reforma de la Fontana de Trevi, por ejemplo). ¿Pero en esto? En esto no puedo estar más de acuerdo con esa distinción.

Y para colmo del desmadre, entra en juego la honorabilidad de alguien del que ya sabíamos que poca vergüenza tiene. Que Rajoy se ofenda de esa manera porque su contrincante le dijera que no es decente implica lo extremadamente lejos que está de la ciudadanía. La barbaridad de golpetazo que le han dado en el paseo de Pontevedra, su amada urbe, suman en este descarado juego que más de uno entenderá como lo mejor que ha pasado en semanas. Lamentable.

No creo que aporrear a los representantes del gobierno sea lo adecuado (no me gusta la violencia ni lo que representa), pero es un riesgo que se corre cuando se hace política de espaldas a la vida de la gente corriente, cuando se tiene la suficiente desvergüenza para no dar la cara salvo cuando interese y no estar a la altura de un pueblo que cada vez es infinitamente mejor que sus gobiernos. Son cosas del cargo, y si se miente descaradamente (aunque sea desde pantallas de plasma) sin escarmientos, es algo que no se puede justificar, pero sí prever.  

Eso sí, espero que lo de hoy no sea blandido como argumento para crear una nueva ley de seguridad ciudadana, que son capaces. Al fin y al cabo acaban acogiéndose a unos derechos que paradójicamente recortan con la saña de un Jeffrey Dahmer desatado.

En contra de la violencia, tiene usted todo mi apoyo, señor Rajoy. En nada más. Las ofensas son para todos, y uno no siempre es justo ni mide con la misma vara. Pero bueno, ese argumento ya lo usan ustedes con el tema del humor. Espero que lo entienda, y no se ofenda por el título. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

A unos minutos de haber acabado el ansiado debate entre los cuatro principales candidatos solo queda hacer una reconstrucción de los hechos para tratar de sacar algo en claro. He de confesar que no estaba entre mis planes ver el debate hace una semana, pero el tiempo ayuda en ese sentido. Cosas de las vacaciones.

Una vez me propuse a escribir, pensé en la alegoría de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Salvando las distancias, creo que es la metáfora más adecuada que uno se pueda imaginar para describir un ambiente pantanoso después de que se hayan formulado todos los discursos y estrategias.
Si alguien sabe algo del Nuevo Testamento sabrá que estos caballeros son citados en el capítulo del Apocalipsis, de forma muy breve. Victoria, Hambre, Guerra y Muerte. ¿Quién representa a quién en el juego de las ranciedades y conspiraciones de la política española?

Para introducir, antes ciertas levedades: ¿Cuánto tendremos que esperar para ver debates en la televisión pública, que sufre desprestigio y clientelismo cada vez más acentuados desde que gobierna ya sabemos qué partido? ¿Por qué coño tiene que presentar Susana Griso los análisis previos y posteriores (de verdad no hay nadie mejor en la casa de Atresmedia)? ¿Y qué le ha pasado a Ana Pastor, que ha preguntado mucho menos que un sorprendente (tal vez por inesperado) Vicente Vallés?

Dicho esto, voy a hablar sin tapujos: entre el inicio y el primer descanso creía que el vencedor sería Albert Rivera. Me ha parecido muy hábil con su manejo de los datos y sus ágiles respuestas. En la línea que suele manejar, ha mantenido también la predisposición de querer ponerse de acuerdo con todos, viajando a ese modélico centro que defiende. ¡Hasta me ha llegado en algunos momentos a convencer de que verdaderamente representa el cambio! Pero algo ha fallado. A partir del segundo descanso se ha empezado a poner nervioso, alarmado, incluso intransigente. La habilidad con las respuestas seguía, pero su nervio le ha hecho fracasar tácticamente en algunos aspectos (su defensa a ultranza del pacto antiterrorista, término del que solo oír hablar me dan escalofríos; o su desconcertante indignación frente a la mención de Iglesias de Ocho apellidos catalanes). Su discurso, otra vez más, se ve marcado por el oportunismo y un maquillaje de neoliberalismo que llega a tintes fanáticos (¿no ha sorprendido que use un término como el de "capitalismo de amiguetes"?). Creo que sería el Jinete del Hambre. Y no porque no crea en la sagrada viabilidad económica, sino más bien por todos los ciudadanos españoles que quedarán hambrientos después de reconocer, de una vez por todas, que no aporta apenas nada nuevo. Rivera es un gran estratega, pero para nada un ideólogo certero. Me atrevo a decir que Ciudadanos es más populista que Podemos, pero precisamente porque es un populismo "respetable" es por lo que gana tantos apoyos.

¿Dónde entra Pedro Sánchez? En el primer descanso es evidente que ha sido excesivamente agresivo. La sorna, interrupciones y comentarios mordaces han inundado el inicio del debate, tal vez para afianzar un papel de ambigüedad. Sabía a qué público dirigirse en todo momento, y de hecho ha sido un gran orador en algunos asuntos (con diferencia, el más minucioso en cuanto a las medidas contra el yihadismo). Pero esa arrogancia inicial, que más tarde ha tratado de corregir e incluso ha generado un efecto contrario al hablar menos, demuestra que trata de encontrar su posición. El discurso está impoluto, pero una cara bonita no basta, y más si viene de un partido como el PSOE y resucita el dicurso de las derechas y la izquierda. También resulta un poco triste que el único partido vuelva a mencionar las falacias de Grecia y Venezuela para desprestigiar a Podemos haya sido uno que se considera de izquierdas (los otros dos de derechas, ni una palabra sobre el asunto). Sánchez podría ejemplificar la Guerra. No por su apoyo a la lucha armada, sino más bien por las batallas que tendrán que acometer, una vez más, la gente que verdaderamente cree en los ideales del partido frente a los que han edificado un baluarte donde viven de lujo. En fin, lo mismo de siempre. ¿Sería irónico creer que existirá una lucha de clases en un partido que hace tiempo fue socialista y creyó en el marxismo?

A todo esto, el único perdedor de la noche puede decirse sin tapujos que no estaba en el debate. El presidente de las pantallas de plasma, del ninguneo a los debates y de los lamentables SMS estaba tan feliz viendo el debate con su familia en Doñana, mientras su segunda a bordo se rompía los dientes defendiendo un supuesto crecimiento y una salvación que de tanto repetirse se vuelven un poquito insoportables ya. Sáenz de Santamaría no ha decepcionado en lo que se esperaba de defender las políticas del PP hasta límites insospechados (ha llegado a decir que todos los partidos menos el suyo contemplaban subir el IVA). Por lo menos, hay que reconocer su valentía por dar la cara por un Rajoy que cada vez sabemos menos qué coño pinta como candidato, y su honradez en temas como Cataluña ofrecen perfiles claros y concisos de su ideología (¿para qué queremos a Le Pen si podemos tener a Soraya?). Su participación más que activa y sus contestaciones directas están bien, pero deberían corresponderse más con la realidad. Al fin y al cabo, su atuación se ha limitado a repetir unos mantras más que interiorizados y defender un supuesto mérito de haber sacado al país de la crisis. Hasta en algunas ocasiones parecía que estuviera leyendo del teleprompter.

¿Qué jinete sería Sáenz de Santamría? Paciencia, porque eso me lleva al siguiente candidato. Pablo Iglesias ha pasado extremadamente desapercibido en casi todo el debate, formulando un discurso generalista que no aportaba nada con respecto a lo que ofrecían los otros tres. Ha tenido que pasar el tiempo hasta que se activara, aunque ha tenido momentos en los que ha recibido varios palos (asunto Monedero por Sáenz de Santamaría o dureza de Sánchez) por no haber estado a la velocidad que se esperaba. Con seguridad, era del que más se esperaba que metiera la pata (el bolígrafo para dar seguridad ha sido su elemento distintivo). Pero ha tenido momentos mejores cuando, curiosamente, ha ido a rebufo del resto. La autodeterminación en Cataluña, su rotundo no a la guerra en Siria o su minuto final (con el toque de gracia del puño de hermano del Bronx al final) recuerdan las expectativas que hace un año y medio crearon sobre cambiar el país. Al menos, su arrogancia natural no ha salido exuberante, lo cual quiere decir que sí que trabaja sus discursos con detalle.
Voy a ser asquerosamente sincero: Podemos me ha ido desencantando en muchos aspectos (sobretodo a raíz de no haber pactado con Izquierda Unida), pero de lo que hay, creo que es la única alternativa con una mínima posibilidad real de implantar auténticas reformas en este país. Seguramente peco de crédulo, pero no se me olvidan las ilusiones de cuando empezó todo. Incluso ahora que siguen una poco provechosa estrategia que rehuye del convencional izquierda-derecha, pienso que deben tener presencia. Aunque no vale cualquier cosa y hay que ser muy críticos, eso que quede claro.

A eso iba con lo de los jinetes. Rajoy, que no Soraya, es el Jinete de la Muerte, una destrucción para las ansias de los millones de ciudadanos españoles de reconstruir España y hacerla más justa y habitable. Iglesias, con sus más y sus menos, ha de ser el Jinete de la Victoria de la participación frente al apoliticismo, de las propuestas frente a la sumisión, de la sonrisa frente a la frustración. Ha de ser eso, porque si no, tendremos un problema muy serio de cara al futuro y volveremos a lo de siempre. El Apocalipsis nunca llega, pero si lo hace, necesitamos saber seguro a qué agarrarnos.

P.D: Sé que no publiqué la semana anterior, pero es que literalmente no tuve tiempo. La semana siguiente, espero que la cosecha sea buena.