sábado, 23 de mayo de 2015

La democracia siempre tiene una dimensión radical (más aún en el País Valenciano)

El término "radical" proviene de la palabra latina radix-radicis, raíz. En una breve búsqueda dentro del Diccionario de la Real Academia Española (que con sus más y sus menos, sigue siendo una autoridad respetable en la materia), se encuentran varias acepciones, de las que destaco las cuatro primeras:
1. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. Fundamental, de raíz.
3. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.
4. Extremoso, tajante, intransigente.

Si bien los dos primeros términos son los que en el sentido etimológico más claro se ajustan al significado original de la palabra, los dos últimos son  más interesantes desde una perspectiva en donde la palabra casi se ha convertido en un sinónimo de ambos.

Los primeros conocimientos que tengo sobre esta palabra se remontan a las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII. En realidad, a una en concreto: la Revolución Francesa (1789-1799). Se les llamaba "radicales" a aquellos sectores del Tercer Estado vinculados a las clases populares que demandaban medidas de un carácter mucho más extremo que el de acomodados burgueses agrupados en clubes como el de los girondinos. Los radicales iban desde el club de los cordeliers, los jacobinos (que serían recordados más tarde por ese tan vilipendiado y demonizado período de la revolución conocido como el Terror), los sans-culottes (milicias populares que ni siquiera podían costearse unos pantalones largos adecuados a la época, de ahí su nombre) y los enraigés o "indignados" (el 15-M tiene claros predecesores). ¿Sus medidas? El establecimiento de la soberanía popular a través del sufragio universal masculino (en algunos casos también de las mujeres, puesto que en algunos aspectos se considera esa revolución como el inicio del feminismo moderno), el fin de las relaciones incestuosas entre clero, Estado y sectores privilegiados y el empoderamiento de los más pobres a través de una particular visión del pueblo y del hombre que, entre otros, interpretaba que "cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes" (según el artículo 35 de la constitución francesa de 1793).
Con todo, y a pesar de sus terribles excesos ya conocidos de sobremanera, sin esos radicales el fin del absolutismo y su máxima expresión, la monarquía,  no se habría producido en ese instante, condenando a la historia a un retraso de la llegada de derechos y libertades a Europa.

El País Valenciano ha sufrido duros reveses a lo largo de la historia del siglo XXI. Dominado por oligarcas rancios y poco afines a la igualdad y justicia social a principios de siglo, fue foco imprescindible de resistencia republicana contra fascistas y fantoches herederos del rectísimo temeroso de Dios Juan de Torquemada (El Señor nos libre de sus acólitos). La ironía es terrible: después de una época de represión indiscriminada contra "rojos" por parte de esa clase social putrefacta y mezquina, quien hubiera podido decir que sus herederos acabarían convirtiéndose en los héroes de la Comunidad Valenciana (un término absurdo que no existía antes de la Transición) durante veinte años y creando un parque temático de la corrupción y desvergüenza como pocos se han visto en Europa: la Ciudad de la Luz, la visita del Papa, la trama Gürtel, la Fórmula 1, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el despilfarro y cierre de Radiotelevisión Valenciana, intentos de destruir zonas ambientales imprescindibles y sistemas educativos, dominación ideológica... Y todo ello con la mayor de las chulerías y el talante más irrespetuoso, característica común en la chusma de dirigentes del Partido Popular y sus estúpidas justificaciones. ¿Cómo se puede negar que se necesite una democracia radical en este territorio?
Una vez más su estrategia se consolida en la premisa "nosotros o el caos". Como si ellos no fueran los culpables del caos. O mejor dicho aún, como si ellos no fueran el caos para el pueblo. Porque solo el pueblo salva el pueblo ya lo canta Berri Txarrak. Solo hace falta que el pueblo se acuerde.
La acepción de "radical" como "extremoso, tajante, intransigente" tiene que ver con la connotación que las élites más corruptas e inmorales tratan de dotar a la palabra. Porque saben que no les conviene, ni desde luego quieren que la mayoría de la población viva en parámetros de justicia, igualdad y auténtica libertad (no esa de los mercados, esa no es libertad).

Hasta el mismo papa Francisco declara que "la corrupción es un mal más grande que el pecado". No debe haber perdón para las sanguijuelas que durante décadas han sorbido la sangre de gente inocente y su tierra para edificar sus lujos y sus insultos a la ciudadanía. La piedad no debería ser un recurso que el infame corrupto pueda solicitar. "Castigar a los opresores es clemencia; perdonarlos es barbarie" decía el radical Robespierre. La democracia, el gobierno del pueblo, tiene siempre una dimensión radical. Y más aún en el País Valenciano.
La verdadera cuestión es convertir esa dimensión en sentido común.