domingo, 7 de febrero de 2016

Miedo y asco en los Goya

Los 30 años del cine español no tuvieron el reconocimiento que se merecían anoche. La tristeza y la incertidumbre eran las sensaciones finales de un servidor amante del cine que, perplejo, veía como la ceremonia más importante de este país se consumía en un cúmulo de pantomimas sin gracia ni sentido. Una noche terrible, no por la admirable calidad de todos los nominados, sino por la mala planificación y duda sobre la libertad de expresión de este evento.

En primer lugar, se echaron en falta más espectáculos y muestras de la calidad de nuestros intérpretes. Lo único que destacó fue el baile del principio (cuya letra ya no inspiraba demasiada confianza), un espectáculo demasiado breve de ilusionismo de Jorge Blas y una tamborilada que no entendemos demasiado bien por qué rendía homenaje al gran maestro cineasta Luis Buñuel. Hasta la actuación de un Serrat con dificultades más visibles para proyectar la voz pecaba de agorera, pues la letra de la canción no iba nada más y nada menos que del cierre de una sala de cine.

Dani Rovira repetía como presentador de la gala, pero su tradicional figura de colega para todos los públicos daba paso a una personalidad mucho más incisiva, irónica e incluso mordaz. Una personalidad menos espontánea pero mucho más valiente en cualquier caso, porque esta vez sí que se atrevió a salirse de la programación estipulada con alusiones críticas a la situación política actual, incluyendo un memorable fallo técnico.

Luego, un Resines que no inspiraba ni seguridad ni aplomo como presidente de la Academia de Cine de España. ¿Qué es eso de la mención al imperio de las leyes o un discurso tan ambiguo como desconexo? Ni carisma ni sinceridad. Más aún cuando su antecesor, el productor Enrique González Macho (representante de la vertiente más conservadora de la Academia) ha sido imputado por un supuesto falseamiento de datos para obtener más subvenciones en una de sus películas. Un pájaro negro sobre el cine y sus burdas y acríticas formas de financiación, que tanto daño hacen a día de hoy a la industria cinematográfica española. Un hecho extraño fue el recibimiento del Goya de Honor de Mariano Ozores, que más parecía encontrarse en un velatorio que recibir el aplauso de todos sus compañeros de profesión.

Pero lo más indignante fueron los instrumentos de censura de los que hicieron nata y crema los encargados de llevar la gala a su ritmo. Como tan bien afirmó el maestro Darín al recoger su Goya al mejor actor principal, un criterio "dudoso" el de poner la musiquita que ponía el acento sobre la creciente manipulación a la que se ha visto sometido un ente público tan importante como Radiotelevisión Española. El hecho más flagrante fue cuando cortaron de raíz la denuncia del productor del documental ganador, Sueños de sal, cuando hablaba de la falta de conciencia de los actores y la población en general hacia la situación de pobreza en España. O los "dentro vídeo", también luciéndose de lo lindo. Métodos que cada vez se volvían más sofisticados, aludiendo a un problema de tiempo pero con intenciones más oscuras. No es algo nuevo: Carlos Areces ya denunció el año pasado la existencia de censura en la Gala de los Goya del año pasado.


No quiero ser catastrofista, porque la gala también dejó momentos emotivos. La declaración a lágrima viva de Miguel Herrán, mejor actor revelación, agradeciendo a su mentor Daniel Guzmán (que cuando recogió su premio como mejor director novel agradeció enormemente a su abuela) fue realmente sincera. O las confusiones de un anonadado Lucas Vidal, ganador de otros dos premios  de la Academia (mejor canción con Pablo Alborán y mejor banda sonora). O la solemne declaración de Javier Cámara al recoger su galardón por mejor actor de reparto.

También quiero reivindicar la enorme calidad de las películas de este año: Truman, La novia, Un día perfecto, El desconocido, A cambio de nada, B: la películaEl rey de la Habana, Requisitos para ser una persona normal, Mi gran noche... Hermoso fue ver a León de Aranoa recogiendo el premio a mejor guion adaptado después de, como dijo él, muchos años sin pisar la alfombra roja. O los heroicos alegatos de Antonio de la Torre por los refugiados y Juan Diego Botto por los titiriteros recientemente encarcelados en un procedimiento que, como poco, induce a sospechar.

Los profesionales del cine supieron estar a la altura, pero la gala fue esperpéntica y grotesca. Aunque, mirándolo desde otra perspectiva, y a juzgar por el nombre que adoptan estos premios y la situación de incertidumbre política, seguramente haya sido acorde al dolido sentido de la obra del maestro Francisco: el de un país de gente digna y sacrificada que no consigue levantar cabeza por culpa de sus gobernantes. Miedo y asco, sí, pero también pena y crispación.




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