domingo, 14 de febrero de 2016

El tiempo libre en la educación

Soy un defensor de los sistemas educativos que personalizan e intentan dar respuesta a las inquietudes de los estudiantes. Lo he sido siempre, y estoy más convencido de ello después de haber sufrido durante más de una década el proceso industrial de la educación en España. Es escalofriante el número de alumnos por aula que se permite en este país. Y aún tenemos que agradecer que lo redujeran en verano del año pasado.

Uno de los aspectos que me atañen más en toda mi experiencia en las aulas (o más bien, fuera de ellas) es la cuestión del tiempo libre. Ahora que se está haciendo apología de la formación como factor de innovación para contribuir a la economía, cada vez hay que tener cuidado con adónde nos dirigimos: como diría Noam Chomsky, es ridículo creer en la educación considerada mero instrumento para incrementar el PIB. De hecho, existen estudios que reconocen a la educación por su eficiencia y no por su capacidad de hacer pensar y actuar a los educandos. Economización, lo llaman. Algo ciertamente deprimente, donde la garra neoliberal vuelve a tejer su trampa.

Pero retomemos lo del tiempo. En mi experiencia educativa, con especial repunte en la Universidad, me he topado algunas veces con visionarios de tercera clase, iluminados amparados por el sistema que creen que pasar muchas más horas dará los conocimientos necesarios sobre una determinada materia. Que, en definitiva, cuanto más tiempo, siempre mejor, aunque sea a costa de robarle horas que las personas estudiantes desearían tener para ellas mismas.
Con todo mi respeto, creo que ese tipo de docentes no deberían ser aptos para instruir a nadie, ni siquiera para darse lecciones a sí mismos. Aprender unos conocimientos debe llevar un tiempo ajustado de lo que impliquen, y no deben interferir con la función social de desarrollar otras labores fuera de la Universidad. Como dice un querido amigo mío, en la calle se aprenden muchas más cosas que en la universidad.

Es verdad que asistimos a un proceso de desarraigo por la acción y tecnocratización de los espacios universitarios en favor de un "estudio y me voy a casa". Ese tiempo lo suplen las borracheras en discotecas con precios abusivos e interminables horas delante de la pantalla del ordenador para descubrir, un vez más, que no se aprende nada memorizando sin comprensión. Me entristece que solo se visiten las bibliotecas para estudiar o sacar libros de texto, con todo el potencial que son capaces de poseer. Toda la oferta que hay dentro y fuera, y tan huérfana de jóvenes. Tal como recoge un estudio sobre el asociacionismo de los jóvenes europeos, los principales obstáculo para los españoles sobre estar o no dentro de una asociación de cualquier tipo (religiosa, deportiva, cultural...) son la falta de tiempo o el no haberlo pensado nunca. ¿Hay o no hay un hilo en todo esto?

Pero esos problemas que padecemos se deben combatir con otros instrumentos de promoción (que ya existen y se siguen poniendo en práctica a duras penas), no restringiendo tiempo a los estudiantes. Tal vez en este caso, seamos los alumnos los que no estamos a la altura de toda la dimensión cultural, vital, social y ecológica que nos ofrecen las universidades. O eso, o que algo va mal en nuestro sistema educativo. Pero bueno, eso ya lo sabíamos todos, ¿no?

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