domingo, 8 de noviembre de 2015

Netflix, la cara amigable del imperialismo

(Este artículo nace de un debate en la radio sobre industrias culturales con mi equipo de trabajo. Las elucubraciones que surgen en este artículo son posteriores a él.)
La llegada de una plataforma virtual como es Netflix a España ha causado un gran revuelo entre los amantes del cine y series norteamericanas. Por fin se pueden visualizar de forma ordenada, coherente y eficaz contenidos audiovisuales por un precio barato y asequible mensual (7'99 euros al mes es la tarifa más baja y 12'99 la más alta, igual que en EE.UU pero en dólares). El modelo de Netflix, empresa californiana fundada en 1997, ha sido unánimemente alabado en casi todo el mundo: gran oferta y variedad de contenidos en un espacio multimedia que ofrece una gran segmentación y clasificación según el precio estipulado para acceder a sus servicios. Además, Netflix también produce contenidos audiovisuales propios de muchísima calidad, convirtiéndose en una productora más que cuenta con las ventajas de mayor flexibilidad de las que carecen por norma general grandes conglomerados estadounidenses como FX o la mítica HBO. Entre las producciones más relevantes de la empresa se pueden mencionar la cuarta temporada de Arrested Development, la premiada The Square, la fascinante House of Cards o la más reciente Daredevil.

La propuesta de Netflix se consolida como un referente dentro de un estado de desolación de las industrias culturales a nivel internacional, donde se prefiere consumir rápido y gratis que lento y costoso, a pesar de que la pérdida vaya en contra de los propios consumidores al decrecer la oferta. En Estados Unidos, donde lleva años consolidad, es normal que se prefiera pagar eso antes que la televisión. Pero también hay que entender que la plataforma realiza una misión especial. La pregunta especial que se debería hacer es: ¿qué tipo de contenidos ofrece?

La respuesta es que prácticamente toda la programación ofrecida por Netflix es proveniente de los Estados Unidos. El imperialismo cultural en su máxima expresión. No es extraño, pues, que haya tenido tanto éxito. El problema reside en que asienta unas expresiones culturales de forma homogénea y con una enorme capacidad de penetración. El concepto de hegemonía cultural de Antonio Gramsci y clave de cualquier colonización está con un cartel brillante en la oferta de Netflix. Imaginémonos que en España surgiera una plataforma similar que ofertara contenidos de producciones españolas de igual manera. ¿Prosperarían?

Desde luego no pretendo atacar a nuevas alternativas que defiendan los derechos de los trabajadores y profesionales del mundo cultural. No obstante, es necesario entender que se deben desarrollar fuertes estructuras de protección cultural para preservar formas de conocimiento y entender el mundo. El imperialismo cultural yanqui fomenta el neoliberalismo, el consumismo, las desigualdades, la representación de falsas minorías e incluso la legitimación de ideologías racistas como el sionismo. Las claves para su derrota reside en las políticas culturales de los Estados junto con las iniciativas privadas comprometidas con la cultura autóctona. Y eso lo sabe hasta un país tan neoliberal como los Estados Unidos de América.

    

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