Este modo gramatical es la máxima expresión de la insurgencia, del poder de evocar que tiene el ser humano. O tal vez simplemente sea un mero recurso de defensa para acordarnos de lo estúpidos que somos y lo solos que estamos. Kevin Smith es un cineasta yanqui cuarentón, obeso y charlatán que se ha convertido en uno de los gurús de la cultura friki en su país. Su talento tan inconstante ha hecho que en su filmografía se alternen bodriazos convencionales con auténticas joyas audiovisuales. Pero de entre todos sus trabajos, ninguno es comparable a la genuina belleza que desprende Persiguiendo a Amy (1998), la comedia romántica que catapultó a la fama a un Ben Affleck convertido en el protagonista de la historia que se enamora de la encantadora Alyssia (Joey Lauren Adams). ¿Cuál es su problema? Que ella es lesbiana. A través de este maravilloso largometraje, cautivador por una sensibilidad y cotidianidad fuera de lo común, se entiende la cruel pero intensamente bella metáfora: las cosas más íntimas de la vida no se pierden por grandes causas o en defensa de grandes ideales. Ni siquiera por grandes gestos. Se pierden por gilipolleces. Por minucias ridículas. Por eso será que, como afirmaba Jules Renard sobre la estupidez humana, "humana sobra, realmente los únicos estúpidos somos los humanos".
¿Cómo no pretender escapar de esa devastadora verdad? El poder imaginar, e incluso vivir cosas que realmente no existieron puede reconciliar con la ausencia de lo deseado o lo perdido. De esa forma, solapamos nuestro inconformismo.
En una ocasión leí una entrevista que le hicieron en 2012 al periodista Julian Assange. Después de haber removido el mundo al sacar del alcantarillado la mierda de supuestos defensores de la paz con el sitio web WikiLeaks, el ciberactivista defendía que no quería pensar en todo lo que no hubiera pasado, porque había que asumir hasta el final todas las decisiones. Y eso también es cierto, porque el soñar con algo que no existe nos puede volver locos. Pero aun así, de cualquier forma, se debe reivindicar "el viudo derecho al pataleo" del que escribiría Joaquín Sabina. De alguna forma, nos recuerda que somos humanos.
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