viernes, 24 de junio de 2016

La cortina de humo del "Brexit"


La respuesta del referendo ha llegado fría y clara para el mundo, una advertencia sobre algo que se nos ha escapado sin darnos cuenta. El Reino Unido ha asentado un precedente histórico al convertirse en el primer país que abandonará la Unión Europea después de 43 años en el seno de los debates sobre la identidad europea. La noticia ha sido devastadora para un amplio conjunto de la sociedad que vela por Europa, de diferentes afiliaciones, que mantenían como un espejismo la posibilidad de que la Gran Bretaña dijera que no a la permanencia.

The early bird catches the worm. La campaña independentista ha dado sus frutos después de una intensa actividad para conseguir un reto histórico de un sector de la derecha británica. Ante una situación como esta, sin precedentes en el reino de Isabel II, la mayoría de los que verdaderamente podían haber hecho algo para evitarlo no han movido ni un solo dedo, excepto con veladas amenazas sobre la caída de la libra esterlina. Y frente a esto, las promesas redentoras y el mensaje visceral y populista se han implantado entre la mayoría de los ciudadanos británicos, mientras seguíamos creyendo que era una más de las bravuconadas del carácter inglés. Como si luego todos los cauces fueran a volver al río por inercia. 

Analicemos los resultados. Un referendo con alto grado de participación (más de un 72 % de los ciudadanos británicos) con un resultado diferenciado aunque sin excederse (52 % a favor de irse, 48 % en contra) con mayoría del Leave en Inglaterra y Gales y del Remain en Escocia e Irlanda del Norte (una vez más, ninguna de ellas holgada). Un resultado polarizado en el que sobresalen dos hechos importantes: la rotunda victoria de permanecer en la UE en Londres, donde mayor cantidad de inmigrantes hay de toda Gran Bretaña, y la afirmación de que Inglaterra tiene un poder determinante para decidir sobre el resto de las demarcaciones vecinas.

Como primeras consecuencias: dimisión de David Cameron como primer ministro y trámite de un proceso de desconexión con la Unión Europea que durará dos años. La noticia es aplaudida por los grandes artífices del independentismo: el líder del ultraderechista United Kingdom Independence Party (UKIP), Nigel Farage (un bocazas conocido por su afición a la bebida y sus discursos incendiarios políticamente incorrectos), el conservador exalcalde de Londres Boris Johnson (un megalómano incorregible que se postula como el próximo primer ministro) y su homólogo estadounidense: el magnate de los negocios y candidato republicano Donald Trump. Si esta cuadrilla de amiguetes que harían languidecer al Trío de las Azores son capaces de reunirse para un acontecimiento así, no es demasiado difícil deducir por dónde van a ir los tiros en ese nuevo Reino Unido independiente. Y todo ello con la pasividad de los laboristas, enzarzados en sus luchas entre el ala radical del cada vez más perdido Jeremy Corbyn y los que se mantienen a la sombra del genocida Tony Blair. Triste, muy triste es que no haya habido mensajes de coraje y de solidaridad desde el resto de Europa hacia los británicos convencidos del Remain. Solo la amenaza ha predominado en el discurso.   

Las disyuntivas han sido muy claras en un proceso que se lleva trabajando desde hace meses. Dos factores han sido imprescindibles para marcar la decisión de los ciudadanos británicos. En primer lugar, la creencia de que la Unión Europea obstruye el crecimiento económico y somete al país a medidas que perjudican a su economía para beneficiar a otros de sus estados miembro mucho menos eficientes. La segunda y más importante: la inmigración. Debido a que el país anglosajón ha capeado con mayor logro que sus vecinos la crisis económica derivada de la caída de la Bolsa en 2008, está viviendo un aumento continuado de inmigrantes que ha creado fuertes conflictos de identidad con la población autóctona, a pesar de los esfuerzos del gobierno conservador por cerrar las fronteras desde 2013 con diferentes excusas (ya fuera por empleo u otras restricciones). Las zonas del norte de Inglaterra, donde más decisiva ha sido la victoria del Leave, comparten características que les hacen un caldo de cultivo perfecto para los independentistas: clases trabajadoras facilmente seducibles con promesas de humo, núcleos urbanos más reducidos y una cantidad de inmigrantes demasiado perceptible para los nativos. Aunque en muchos casos no sean europeos.


Más allá de las terribles consecuencias que supone, el abandono de un país tan emblemático en el proyecto común llena de dudas a los europeístas y da alas a movimientos de ultraderecha de sobra conocidos y explicados para demandar referendos similares en sus respectivos países. Sin embargo, en este pequeño y dividido país llamado España, la respuesta más decepcionante ha sido la de los propios partidos institucionalizados.

Y después de Venezuela, viene el Brexit. En estas circunstancias, no podía haber llegado cortina de humo mejor para que el Partido Popular, PSOE y Ciudadanos arremetan contra algo que deja estupefactos a más de uno: la decisión de Cameron de convocar un referendo. Como si permitir que se vuelva visible lo que un pueblo quiere para su país sea antidemocrático. Son especialmente insultantes las declaraciones de Pedro Sánchez, líder de un partido cuyo lema de campaña es "Sí por el cambio" pero que luego prefiere las teorías del "rebaño desconcertado" de Chomsky. Las alusiones a Cataluña son implícitas, pero evidentes, así como la necesidad de pretender desprestigiar a Unidos Podemos llegando incluso a comparaciones con el UKIP que en otro contexto serían graciosas, pero que a dos días de las elecciones son indignantes. Y que quede claro: es la madurez democrática la que hay que respetar, y no caer en hipocresías como la alabanza del referendo en Escocia de 2014 y el desprecio de este simplemente porque guste o no guste. Hay que ser coherentes y dejar que los pueblos elijan su futuro, sean buenas o malas decisiones las que están sobre el tablero de juego.

La estrategia está servida. Ya no se hablará de las manipulaciones del ministro de Interior Jorge Fernández Díaz para criminalizar a rivales políticos catalanes con toda la alevosía que su fanatismo nacionalcatólico le permite. Ni su indecencia al no dar la cara ni dimitir, ni tampoco la de Rajoy al conocerse que estaba al corriente de todo. Tampoco de la sospecha que abre su cómplice, el director de la Oficina Antifraude de Cataluña, sobre las intenciones e intereses ocultos de Albert Rivera. Ni siquiera se hablará de recortes de derechos y libertades, de represión indiscriminada del Estado policial, de las mentiras y las corruptelas o el aumento escalonado de la miseria, precariedad y paro. Ni, por supuesto, de los proyectos e idearios políticos. 

No. Hoy y mañana se hablará del riesgo de salirse de las normas establecidas. En ese sentido, han ganado las elecciones antes de hacerlas. Y nosotros, imbéciles corderos, se lo estamos permitiendo.

The early bird catches the worm. Malditos refranes.





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