Comprometido hasta el final con los más desfavorecidos de la tierra. Defensor sin igual de los desposeídos de un sistema que olvida a sus numerosas víctimas con una velocidad despreciable.
Pasolini nació en la Italia de 1922, en la ciudad de Bolonia, hijo de una humilde ama de casa y de un militar fascista, violento y alcohólico. La infancia y juventud del joven poeta quedará duramente marcada por el maltrato de su padre a su madre, el asesinato de su hermano mayor Guido (partisano antifascista combatiente contra el Gobierno de Mussolini) y sus primeras experiencias con la escritura. Todo ello conformará los rasgos que le caracterizarán en sus posteriores andanzas: transgresor con el arte, comprometido con los más pobres (de ahí su fuerte militancia comunista, incluso después de ser expulsado del Partido Comunista Italiano por ser homosexual), firme en la búsqueda de la verdad (de ahí las calumnias hacia su persona acusándole de pederasta o enfermo) e implacable con el viejo fascismo (al que logra retratar en la horrenda película Salò o los ciento veinte días del Sodoma) y la era de la globalización que vislumbra, y que no deja de ser un nuevo fascismo más sofisticado y cruel.
Pasolini murió asesinado en 1975, apaleado como si fuera un perro sarnoso, en unas circunstancias que no se han podido (o tal vez querido) aclarar hasta hoy. El fascismo acabó matando al cantor de la vida, al defensor de los pobres, al poeta y al hombre, y lo condenó injustamente al ostracismo de la nueva era.
Pero no lograron matar a su mensaje, a su vida y su sentido, y no lo lograrán mientras aún existan hombres buenos que atrevan a levantarse contra la injusticia.
De las palabras de Pasolini yo me quedo con unas declaraciones sobre la violencia, que suponen desde mi perspectiva la culminación de un pensamiento que no cae en la brutalidad e irracionalidad, sino que aboga por la educación, la bondad humana y el arte como vehículos de transformación del mundo:
No hay comentarios:
Publicar un comentario